Como
oncólogo con 29 años de experiencia profesional, puedo decir que he crecido y
cambiado debido a los dramas de mis pacientes. No conocemos nuestra dimensión
real hasta que, en medio de la adversidad, descubrimos que somos capaces de ir
mucho más allá.
He visto el drama de mis pacientes, pequeñas víctimas
inocentes del cáncer. Con el nacimiento de mi primera hija, empecé a sentirme
incómodo viendo el sufrimiento de los niños. Hasta el día en que un ángel pasó a mi lado.
Se
llamaba Laura y tenía 11 años. Estaba agotada por dos largos años de
tratamientos diferentes, manipulación, inyecciones y todos los problemas que
implica la quimioterapia y la radiación. La vi llorar muchas veces; también vi
el miedo en sus ojos.
Un día llegué al hospital temprano y encontré a Laura
sola en la habitación. Le
pregunté dónde estaba su mamá. Todavía hoy no puedo contar la respuesta que me
dio sin emocionarme profundamente.
"A
veces mi mamá sale de la habitación para llorar a escondidas en el pasillo.
Cuando muera, creo que mi mamá va a tener nostalgia, pero yo no tengo miedo de
morir. No nací para esta vida!"
"
¿Qué es la muerte para ti, cariño?" le pregunté.
Ella respondió: "Cuando somos pequeños, a veces nos vamos a dormir a
la cama de nuestros padres y al día siguiente despertamos en nuestra cama,
¿verdad?"
"Así
es, dije. (Me acorde de mis hijas, que en ese momento tenían 6 y 2 años, y con
ellas pasaba eso).
Laura me contestó: "Algún día voy a dormir y Dios vendrá a buscarme. Me
voy a despertar en su casa."
Me quedé asombrado, sin saber qué decir. Me sorprendió la
madurez con la que el sufrimiento había acelerado la espiritualidad de esa
niña.
"Y
mi mamá tendrá nostalgia", dijo.
Emocionado, sosteniendo apenas las lágrimas, pregunté: ¿Y
qué es la nostalgia para ti, cariño?"
"La
nostalgia es el amor que queda", me contestó.
Hoy, a los 53 años, reto a cualquiera a dar una
definición mejor, más directa y más simple de la palabra "nostalgia":
Laura
se fue hace algunos meses, pero me dejó una gran lección que me ayudó a mejorar
mi vida, a tratar de ser más humano y más cariñoso con mis pacientes, a
repensar mis valores. Cuando cae la noche, si el cielo está claro y veo una
estrella, imagino que es Laura.
Gracias, angelito, por la vida que tuve, por las
lecciones que me enseñaste, por la ayuda que me diste. Que bueno que exista la nostalgia. El amor que
queda es eterno.
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