Cuando no sacas tiempo para orar, relajarte, meditar, estar con Dios,
cuidar tu alma y alimentarla, entonces tu vida es una maraña.
Lo material y el hedonismo te ciegan y haces
locuras obnubilado, en un estado de inconsciencia, de ceguera espiritual.
En otras palabras, eliges evolucionar con dolor, a las malas,
y Dios respeta tu libre albedrío si quieres estrellarte.
Jesús describió perfectamente esto en su
sabia parábola del padre misericordioso y el hijo que le pide la herencia:
Lucas 15.
Se la da y, en ese estado de oscuridad que
crea el ego, en parte, malgasta todo del peor modo hasta que los “amigos”, que no eran tales, lo
dejan solo.
Sufre, aguanta hambre, carece de lo que
tenía en casa y entonces recapacita, toma consciencia y decide volver al hogar arrepentido.
El padre, que lo ama de modo incondicional,
lo recibe jubiloso y pide
que se haga una fiesta “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a
la vida”.
¡Tan claro!: Estaba muerto.
Sí,
muerto espiritualmente.
¡Ay!, así le gusta aprender al humano, a las malas, con dolor.
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