Nuestra
vida exige tomar decisiones constantemente, elegir entre distintas
posibilidades, tomar una y desechar el resto…
Y no es fácil hacerlo.
Pese a ser ésta una experiencia común a todos los seres
humanos, no recuerdo haber tenido en el colegio una asignatura sobre esta
materia… Y estoy convencido de que nos
habría resultado útil.
Las malas decisiones se basan en ilusiones que, en su
momento, tomamos por realidades; mientras que las decisiones acertadas se basan
en realidades reconocidas a tiempo.
Para tomar una decisión mejor, primero dejo de ejecutar
una decisión desafortunada porque, sólo cuando aquello que no te funciona queda
definitivamente fuera de tu camino, te ves realmente libre para encontrar algo mejor. Debemos tener cuidado porque tendemos a
sentirnos más seguros con lo conocido, aunque no sea lo más eficaz.
Es tan importante cuándo tomamos una decisión como lo que
decidimos hacer.
No hay cosas complicadas, sólo complejas: hay que
analizarlas por separado para encontrar soluciones simples y evidentes. A partir de ahí, unirlas para solucionarlo
todo como una unidad.
Las
decisiones deben tomarse con la cabeza fría y con el corazón caliente (la
mayoría solo usamos una de las dos alternativas). PRIMERO HAY QUE UTILIZAR LA CABEZA. SI LA RESPUESTA ES “QUIZÁS”, ENTONCES DEBE
USARSE EL CORAZÓN.
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