La sicología muestra que al educar las
recompensas pueden reducir nuestra motivación y gozo naturales.
Un niño
al que le gusta dibujar y recibe una paga por hacerlo, dibuja menos que el que no recibe nada.
Ese se
llama “efecto de
justificación excesiva”: la recompensa externa eclipsa la motivación interna del niño.
La
recompensa también limita
la creatividad o campo de visión y el cerebro deja de cavilar con
libertad y no ve las posibilidades.
Castigar y premiar se basa en esta
suposición negativa:
Debo controlar o moldear a mi hijo que no tiene buenas intenciones.
No,
mira a tu hijo un ser bueno, capaz
de ser empático, cooperar, trabajar en equipo y esforzarse.
Esa
perspectiva cambia todo, de manera poderosa y lo amas y lo educas sin frenos o condiciones.
Cuando
eres comprensivo y realmente escuchas a tu hijo, es bien probable que él te escuche.
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