Cuando
inviertes tu energía en culpar, juzgar o acusar, el ego está de protagonista,
que es lo que le gusta.
Nunca
ganas nada con el juicio o la culpa, pero sí pierdes lo más
valioso: tu paz interior y tu felicidad.
Necesitas
serenarte, estar con Dios, buscar el equilibrio y entender
que cada persona vive su propio proceso.
La compasión te da ojos de misericordia para
ver sin juicios los vacíos de los demás y entender sus carencias afectivas.
Siente
a Dios en tu interior, ámalo de verdad, apela a lo mejor
de ti y busca lo que une, no lo que enfrenta.
Todos
andamos en distintos niveles de inconsciencia y tu papel
no es el de actuar como juez de los demás.
Cuanta razón tuvo Jesús cuando dijo en su
hermoso Sermón del monte: Ama,
no juzgues y no serás juzgado.
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