Cuando
se nos muere un familiar cercano o alguien muy querido, debemos para aliviarnos
y por ellos mismos leer con mucha fe estas oraciones:
Señor, te encomendamos el alma de tu siervo(a) …
(mencione su nombre) y te suplicamos, Cristo Jesús, Salvador del mundo, que no le niegues la entrada en
el regazo de tus patriarcas, ya que por ella bajaste misericordiosamente del
cielo a la tierra.
Reconócela,
Señor, como criatura tuya y de nuestros
difuntos; no creada por dioses extraños, sino por ti, único Dios vivo y
verdadero, porque no hay otro Dios fuera de Ti ni nadie que produzca tus obras.
Llena,
Señor, de alegría su alma en tu presencia y no te acuerdes de sus pecados
pasados ni de los excesos a que la llevó el ímpetu o ardor de la
concupiscencia.
Porque, aunque haya pecado, jamás negó al Padre, ni al
Hijo, ni al Espíritu Santo; antes bien, creyó, fue celoso de la honra de Dios y
adoró fielmente al Dios que lo hizo todo.
Muerte,
té has llevado a mí familiar querido.
Me
has separado de su rostro amado.
Has
venido de improviso, nadie te ha llamado.
¡Oh!
Sueño profundo, sueño de tono gris sombrío.
+++
Se ha roto el silencio con tu presencia inoportuna.
Pero ha dejado de sufrir, su larga agonía.
Llegó
el tiempo, de abrirse a la esperanza.
Llegó
el tiempo de blanquear el alma.
+++
Llegó la hora del juicio a solas, con Él qué, te creo.
Más ha creído, he creído, todo llega a su sitio certero.
No temas su muerte, ni tu muerte, todo es verdadero.
Ha
llegado el momento, de Cribar lo efímero.
+++
Seguro
qué, amó a su hermano, al vecino y al amigo.
Un poco, o mucho, al enemigo; sino reza conmigo.
¡Todo!,
era, ¡todo! Amor, por Ti, mi Señor: ¡Dios Mío!
Te suplico
por el ¡alma! del familiar que ha partido.
+++
No
le tengas en cuenta, lo que te ha ofendido.
Perdónale
sus pecados, Jesús ¡Sufriente!…
Llévalo
a la casa Del Padre, como un hijo pródigo.
Y
que Él se apiade, por,
¡Tu
Preciosa Sangre!.
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