“Aquel
terrible despertar del lunes, con un sabor en la boca de estribo de cobre, una
sed de desierto en las entrañas; ...aquella fatiga en el estómago que hace anhelar el sepulcro
y por sobre todo aquel
remordimiento en la conciencia, aquel terrible “yo acuso” implacable que
le hace creer al paciente que él es el solo responsable de la guerra europea,
del terremoto del Japón...”. Así describió Rafael Arango Villegas, en un
artículo titulado como esta columna, el estado de postración que sigue a la ingestión de alcohol, conocido
en Colombia como guayabo, y en otros países como cruda, resaca, goma, perseguidora o chuchaki.
Es
un problema grave y de escala mundial. Un estudio reciente estima que
los salarios perdidos por su causa en los Estados Unidos pasan de 148 millardos
de dólares. Estos costos no incluyen la disminución de la productividad en el sitio de trabajo, ni la accidentalidad
adicional causada por él. Pero, quizás, lo más alarmante, es su incidencia: 25%
de los universitarios de los EE.UU. dicen haberlo sufrido en la última semana y tres cuartos de la población
adulta admite haberlo sufrido al menos una vez en la vida.
Los efectos posteriores a la ingestión de alcohol se
conocen técnicamente con el nombre de veisalgia y se manifiestan con síntomas como dolor de cabeza,
malestar general, diarrea, temblor, fatiga y náuseas; y, a veces taquicardia,
dificultades de coordinación óculo-motora y otros malestares.
El
80% del alcohol se destruye en el hígado al ritmo de una UBA por hora, y
el resto se elimina, en partes iguales, por el pulmón y por la orina. El hígado convierte
o degrada el alcohol en otras substancias, llamadas acetaldehídos, responsables
de gran parte de los síntomas del guayabo.
Pero
el alcohol produce otros efectos que ayudan a explicar lo florido de la
sintomatología del guayabo. Causa aumento de la diuresis y con la orina
se pierden también, sodio y potasio, elementos necesarios para el normal
funcionamiento del cuerpo. La
pérdida de agua y electrolitos, y la deshidratación consiguiente ayudan a
explicar los síntomas clásicos.
Hay
unos tragos que producen más guayabo que otros por causa de unas substancias
llamadas congéneres. Las
mayores concentraciones de estas toxinas se encuentran en los licores fermentados
y añejados de color oscuro, como el whisky, el brandy, el tequila y el vino
tinto. Quizás por esta razón los grandes bebedores y los alcohólicos, prefieren con frecuencia el
vodka, la ginebra o el vino blanco.
El
remedio contra el guayabo ha sido tan buscado como la fuente de la eterna
juventud. Hay multitud de recomendaciones, la mayoría de las cuales no tienen efecto comprobado
científicamente y no pasan de ser placebos. Tomar líquidos al tiempo que se bebe puede ayudar
a prevenir la deshidratación posterior. El uso de aspirina o ibuprofeno
puede aliviar síntomas como dolor de cabeza; pero bajo ninguna circunstancia se debe usar
acetoaminofeno pues éste se metaboliza también en el hígado. “Un clavo saca
otro clavo”, o
tomarse otro trago durante el guayabo, es efectivo puesto que la persona
se vuelve a emborrachar, pero es una recomendación peligrosa ya que sobrecarga con más
alcohol al hígado en los momentos en que está metabolizando el alcohol
anterior.
La
única recomendación segura para evitar el guayabo es no beber o hacerlo con
mucha moderación. Ya lo decía el Profeta: “¡Ay, los que despertando por la mañana, andan tras el
licor; los que trasnochan encandilados por el vino!”. (Isaías 5:11).
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