Hoy
día resulta difícil imaginar cómo sería una operación sin anestesia. Nos
parece que hablamos de un pasado remoto, sin embargo la mayor parte de la historia de la medicina se
escribió a golpe de cuchillo y gritos de dolor.
Durante
la cirugía se necesitaban varios hombres para sujetar al paciente y era de
vital importancia actuar con la mayor celeridad posible. En aquella
época, un buen cirujano debía cumplir dos requisitos imprescindibles: permanecer impasible ante las
súplicas y hacer su trabajo lo más rápidamente posible.
Ya en el año 100 d.C el médico romano Celsus escribía:
“…El
cirujano debe ser joven o cuando menos de edad no muy avanzada. Debe tener la
mano firme, segura y que nunca tiemble; ser tan diestro con la mano
izquierda como con la derecha; tener el ánimo y el valor suficiente para mantenerse firme ante los
gritos del paciente; aunque
compasivo, no debe
apresurarse más de lo que el caso requiera, ni cortar menos de lo que
sea necesario. Debe hacer
todo sin manifestar ninguna simpatía ante los gemidos del otro…”
Cuando la anestesia hizo callar los gritos en el
quirófano, los cirujanos
se transformaron en verdaderos especialistas. Los llamados
"cirujanos del cloroformo" llegaron pisando fuerte dando comienzo a
una nueva era.
La
rapidez en la cirugía dejó de ser un adjetivo elogiable y muchos profesionales,
incapaces de adaptarse a los tiempos de cambio, perdieron su estatus.
Algunos sectores de la profesión médica, viendo cómo su
mundo se desvanecía, criticaron el novedoso procedimiento llegando incluso a
manifestar que "el
uso de la anestesia permitiría a cualquier tonto ser cirujano".
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