Vuelvo
con Manizales al despedirme de Manizales... Mejor dicho, ya no me despido de
ella porque se metió en mi corazón. Ya la llevo puesta. Es el tercer año
consecutivo que la visito. Siempre en época de su feria. Y en cada ocasión la
descubro un poco más.
Llego a la conclusión de que es insondable, profunda.
Porque esos días de fiestas, carrozas, reinados, toros y muestras artesanales
son el resultado, el fruto, la consecuencia de años y años de tradiciones y
rituales que han permanecido sagrados e intocables, sin dejarse manosear ni
manipular ni bastardear con la mal llamada civilización, el progreso e
imposiciones consumistas que tienen como meta desbaratar y deshacer las
columnas vertebrales de nuestra identidad.
Y en eso consiste, precisamente, su fortaleza.
Desarrollarse como ciudad de vanguardia en materia empresarial, industrial,
competitiva y pujante, manteniendo intactas sus tradiciones y señorío. Jamás he
visitado ninguna otra ciudad del país que sienta tanto amor por su terruño.
Jamás he escuchado esa pasión al entonar el himno a la ciudad: “Manizales, beso
tu nombre, que significa juventud”. Vibran las gargantas y les brotan las
estrofas desde el corazón.
Ninguna
capital de nuestro federalista y aislado territorio derrama tanto calor humano
hacia el visitante. Y lo prodiga de forma espontánea. Conductores, vigilantes,
vendedores de frutas, comerciantes, meseros, empresarios, dirigentes, líderes,
sin distingo de clases o diferencias económicas, se vuelcan en atenciones y cariño,
contagiándonos del amor que sienten por lo propio, por lo raizal. Orgullo sano,
desprovisto de soberbia y mezquindad.
Su temporada taurina es un ejemplo de cómo sí pueden
coexistir pacífica y respetuosamente las aficiones y gustos diferentes, sin atropellos
ni polarizaciones.
Qué maravilla de temporada. La plaza a reventar todas las
tardes. Los ganaderos llevaron lo mejor de sus dehesas. Algunas, como sucede
siempre, no cumplieron las expectativas. El mundo de los toros es así. Triunfo,
Paispamba, ganadería de Enrique Álvarez Quelquejeu, quien ha dedicado su vida a
la crianza del Bravo. El Juli, Bolívar, Lorenzo, Ferrera, Cristóbal Pardo,
Castella y Ponce nos dejaron lecciones de torería profunda y artística. Miguel
Gutiérrez se lució en el centenario de su padre, Ernesto Gutiérrez. Toros que
embisten porque esa es su esencia pura. Casta. Punto.
Gracias,
Manizales. Gracias, Cormanizales. Gracias, doctor Juan Carlos Gómez. Gracias,
Nicolás Restrepo Escobar, director de La Patria. ¡Gracias a esta ciudad que me
hizo sentir de nuevo en casa!
TODO SOBRE MANIZALES
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