“Existo, luego hablo”, ¿o es alrevé?
Me llaman “El Rey del
Rebusque”; en inglé... “The Rebus-King”
¿quién en este paí no
ha salío corriendo, huyendo de algo?. ¿No ve cómo el gobierno recula en todo?
¡A todos se nos ha ido la luz en el estadio!
¿Cuál es su sueño
ahora? Convencer al embajador americano de que me dé la visa para irme a los
Yunáites de “bacilón”... a ganarme mi primer millón. Claro que, pensándolo
bien, a los que nacimos en barrio Kénider de Lorica, debían darnos la
ciudadanía de una vé. ¿Se imagina, vieja Liliana, llegá a mi pueblo con
pasaporte americano?
Creo que lo que me salvó fue la obstinación, la
terquedad de querer vivir de y para un oficio que desde siempre amé.
¿Dentro de qué género
escribe usted? Soy, digamos, un escritor multi-genérico. He trasegado por el
cuento, la novela, la fábula, el testimonio, el micro-cuento, las crónicas de
viaje, los libros para niños y jóvenes, el teatro, el café-teatro, los guiones
para cine y televisión... y por ese invento de la llamada literatura-casete,
que ahora podría llamarse literatura CD o DVD.
Disfruto mucho escribiendo, y el género que escojo
para transmitir lo que quiero expresar, depende de la historia misma y algunas
veces del ánimo del propio escritor.
El ser caribe, con todo lo que ello implica,
constituía, si no una alternativa, por lo menos una noción de felicidad.
No me considero un
escritor famoso; tal vez podría ser alguien prestigioso. La fama crece como
espuma y, como la espuma, vuelve a ser lo que era antes de inflarse. El
prestigio, pienso, es como el vino, como el buen vino, o como los buenos rones
antillanos. Ojalá pudiera conservarme transmitiendo cosas a la gente por mucho
tiempo, incluso más allá de la muerte, sin haber llegado jamás a ser famoso. Ojalá no me pase como a aquellos
boxeadores que trepan a la “gloria” y luego caen noqueados sobre la lona y
frente a las cámaras de televisión.
Pienso que mi obra, por encima de que sea buena,
mala o regular, es una obra que ha generado entre el público una gran simpatía.
Yo quiero a mi gente y la gente corresponde. Pero... si de alguna manera podría
decirse que he obtenido ciertos logros, ello se ha debido a que me levanto a
escribir cada día como si jamás nadie nunca hubiera publicado algo mío y como
si nadie jamás me hubiera leído. Allí reposa la clave de todo: sentirse en el
inicio aunque ya, tras lo obtenido, nos enfrentemos al final.
¿En qué o en quién
piensa cuando escribe? En una mezcla de cosas, sentimientos y actitudes. Pienso
en el disfrute que me produce el escribir, en la responsabilidad que implica el
querer ser testigo crítico de mi época, en el lector... y en lo que quiero, en
sí, transmitir.
¿Qué mensaje le enviaría a los estudiantes?
Que sean lo que son, caribes y latinoamericanos, que se sientan
orgullosos de eso, de ser lo que son, y que traten de ser felices siéndolo. Que no caigan en la
trampa de ceder ante esa ley del consumismo y la alienación, la que dice que en
este país se es más importante en la medida en que uno menos de este país
parece. Mucho cuidado. La clave de la felicidad y del éxito tiene que ver con
sentir orgullo de pertenencia y, en este caso, de pertenencia caribe.
¿qué lo llevó a
escribir? ¿En qué momento se decide por este oficio de las letras? Precisar una
fecha, o siquiera un año, resulta difícil. Recuerdo que fui siempre un buen
narrador de historia entre los amigos y la familia, y que me gustaba hacerlo,
en forma oral, desde luego. De repente, vislumbré que podría escribir todo
aquello que disfrutaba haciendo, y empecé, tímidamente, a llevar al papel
ciertas cosas.
En tantos años, nada se ha hecho por resolver los
problemas de tenencia de tierras.
La inserción de
América Latina en el proceso de globalización es inevitable, independientemente
de que esta sea buena o mala. Inevitable como lo fueron la Conquista, el saqueo
o la esclavitud. Pareciera que existe en nuestro continente un aire de
predestinación a la tragedia de la dependencia. Cabe, entonces,
preguntarse: ¿alcanzaremos a ser libres e independientes algún día? De esta
pregunta se desprende otra, no menos atrevida: ¿Qué hemos hecho para ser libres
e independientes? Y de esta nueva pregunta se desprende una tercera: ¿Lo que
hemos hecho, ha sido acaso hecho por el camino correcto?
América Latina no puede despegar hacia un
equitativo desarrollo económico sin conocimiento y conciencia de su pasado, su
Historia, su cultura –sus múltiples culturas--, su potencial como usuaria de una
lengua hablada por casi 500 millones de personas y como poseedora de inmensos
recursos naturales.
Es urgente que empiece a darse el relevo en las
dirigencias del Continente, y que empecemos a expulsar por las vías democráticas
a aquellos que han sido los culpables de nuestra pobreza, nuestra condena al
sufrimiento, a la inequidad y al subdesarrollo. A aquellos que han sembrado y
alimentado la violencia y las guerras.
"En el sentido
que nos ocupa, un buen costeño es alguien que no traicione su dicción y su
acento como le pasa a los ministros recién nombrados, que después del decreto
de nombramiento empiezan a hablar cachaco".
¿Usté sabe la diferencia entre está varao y está
desocupao? Vea: el desocupao no tiene ná que hacé; mejor dicho, es alguien que
se lanzó al abismo del importa-un-pito, al Niágara del todo-da-lo-mismo y al
despeñadero del eche-qué-carajo. En cambio, el varao, como yo, se la pasa
trabajando buscando trabajo. Mejor dicho, buscando camello. ¿No ve que también
hay una díferens, grande, entre trabajá y camellá. Un ministro, por ejemplo,
trabaja. Y un obrero, camella.
¿sabe lo que yo he
viajao? Yo he llegao a conocerme esta Costa Colombiana como la mano de mi
palma, de rabo a cabo. Camellando, y tirando varilla y sable a dos mano, pero
nada. Camello sí encontré, pero trabajo no.
El escritor es, ante todo, un ordenador del mundo,
del caos. Para él, el mundo que lo rodea, es el mundo; y el caos, es el que lo
circunda. De modo que, en el intento de ordenar el mundo, lo que termina
ordenando es su mundo.
¿qué se intenta
globalizar con la globalización? ¿Acaso se intenta legitimar aún más los ya
legitimados –entre comillas— valores de Occidente? El término globalización es sano en su esencia.
Pero bien sabemos que, en la forma como hoy su usa, se pone al servicio de
intereses económicos y financieros de orden transnacional.
En la India se
transmite televisión únicamente durante cuatro horas al día. Lo apenas
necesario. Y los programas resultan aburridos y lerdos para los occidentales
acostumbrados al bombardeo de efectos visuales, de publicidad ruidosa, de
nalgas y tetas. Los indios, o hindúes, hasta en eso, son sabios. Consideran que
hay mucho que leer y mucho más que pensar, y mucho más que hablar con amigos y
familiares, para sentarse a embrutecerse frente a una caja con pantalla.
“Sólo debieran existir los
libros que un buen intelectual o un buen científico tienen en sus bibliotecas.
Lo demás es basura”, suele decir un buen amigo.
El fenómeno de la
comercialización de la pluma ha llegado a tales extremos, que son las casas editoriales
quienes, muchas veces, imponen los temas. En Colombia, por ejemplo, vende el escándalo, no la virtud;
vende la violencia y el sicariato, no la redención del lenguaje ni la
afirmación cultural. Otro ejemplo: en los Estados Unidos el término ‘publisher’
implica muchas más cosas de lo que implica en español el término editor;
así como editor en inglés significa intromisión, mutilación, autonomía...
claro, siempre de acuerdo con el publisher. Al parecer, el mundo editorial en
todo el Planeta ha naufragado en esa horrenda modalidad. Es parte del deterioro
general de ese mundo, el
actual.
Pese a que soy consciente de que atravesamos un
período de franca decadencia, tengo fe en la humanidad. Estoy seguro de
que, luego de tomar conciencia de todo el horror que vivimos, resurgiremos a
partir de las cenizas. Aquello ha sido una constante en la Historia.
No lo veremos ni usted ni yo, pero en varias generaciones se operará un cambio
sustancial. Y así, muchos implementos tecnológicos que hoy son reyes y
príncipes de la Creación, pasarán a formar parte del Museo de la Nostalgia,
junto con el sombrero de Michael Jackson y la capa de Superman.
Todos necesitamos héroes. Más
que héroes, necesitamos paradigmas, ejemplos a seguir. Probablemente el
futuro del mundo editorial esté en lo alternativo y lo experimental, en las
ediciones de tipo marginal. Pero, más que en otro lado, en el convencimiento de
que no estamos solos, de que no somos golondrinas y de que el verano, ese
verano de tantas golondrinas juntas, sólo será posible si se llega a la final
conclusión de que el mundo debe estar gobernado por los más inteligentes y no
por los más ignorante y payasos, como ahora sucede.
De Shakira he oído decir que mueve las caderas.
García Márquez, con Bolívar, son los hombres más importantes de Colombia, pero
Bolívar no es de aquí.
Siempre he sostenido
que los costeños somos más hipócritas que los cachacos, pero lo disimulamos
mejor.
Córdoba fue creado en
el 52, y 52 veces se lo han robao.
¿Es verdad que los hombres se están acabando? Por
lo menos, los que hacen preguntas brillantes, sí.
¿Por qué dices que en
este país no hay nadie más feliz que un periodista con accidente aéreo? Porque
en este país no vende la virtud, vende la sangre y la tragedia.
¿Qué te gustaría que
dijera tu epitafio? “Aquí ya sé”
¿De qué defecto te sientes orgulloso? De ser
loriquero.
¿Qué lo hace reír? Eso de que este es un país
democrático, que no es racista, y que la Patria existe, ¿qué es la Patria?
Cuando los soldaditos van a la selva a morir “defendiendo la Patria”, ¿por
quién mueren... cómo se llama esa transnacional? Quizá AIRTAP... que es Patria
en alrevesino.
“Colombia have
produced one only universal character, Simon Bolivar, and he was born in
Venezuela”. Todos reían y me reviraban: “And... what about Pablo
Escobar”. Entonces, yo, en vez de enverracarme, me reía, y les gritaba: “He who
laughs at last laughs more-better”... : El que ríe de último... ríe “más
mejor”.
No hay derecho a que
a estas alturas del siglo XXI sigamos pensando los colombianos que todo
santandereano es violento, todo bogotano hipócrita, todo paisa bandido y
tumbador, todo chocoano ignorante, todo pastuso tonto, todo costeño perezoso.
Conozco mucha gente de cada una de esas regiones que no es el reflejo del
respectivo estereotipo.
El costeño es música en todo, en el hablar, en el
cantar, en el amar y en el vivir en general; incluido el comer: hemos compuesto
canciones al arroz con coco, al chivo guisado, el bocachico, al arroz con lisa,
a la arep’e huevo, al suero de leche y al jugo de mango. Al niño que nace y
al amigo que muere, y hemos puesto a bailar al continente y al mundo. Somos el
resultado de una trietnia vigorosa y musical: indios rituales, blanco-moros de
la tierra del flamenco y el cante-jondo y negros de las propias entrañas del
África, ¿qué más podría salir de allí sino un eterno pentagrama?
Santander representa
para mí una de las más grandes y vigorosas reservas culturales de Colombia, en
dos aspectos particularmente: la comida y la música. Ambas cosas son
lo menos cachaco que conozco.
El ron no lo apasiona, mientras el whisky lo toma
como si fuera parte de un ritual “clínico”: ÉL sostiene que nació menos dos
whiskys, por eso sagradamente se toma dos, según auto – receta médica.
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