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PENSAMIENTOS DE DAVID SANCHEZ JULIAO 2



“Existo, luego hablo”, ¿o es alrevé?  
 
Me llaman “El Rey del Rebusque”; en inglé... “The Rebus-King”
 
¿quién en este paí no ha salío corriendo, huyendo de algo?. ¿No ve cómo el gobierno recula en todo? ¡A todos se nos ha ido la luz en el estadio!
 
¿Cuál es su sueño ahora? Convencer al embajador americano de que me dé la visa para irme a los Yunáites de “bacilón”... a ganarme mi primer millón. Claro que, pensándolo bien, a los que nacimos en barrio Kénider de Lorica, debían darnos la ciudadanía de una vé. ¿Se imagina, vieja Liliana, llegá a mi pueblo con pasaporte americano?
 
Creo que lo que me salvó fue la obstinación, la terquedad de querer vivir de y para un oficio que desde siempre amé.
 
¿Dentro de qué género escribe usted? Soy, digamos, un escritor multi-genérico. He trasegado por el cuento, la novela, la fábula, el testimonio, el micro-cuento, las crónicas de viaje, los libros para niños y jóvenes, el teatro, el café-teatro, los guiones para cine y televisión... y por ese invento de la llamada literatura-casete, que ahora podría llamarse literatura CD o DVD.
 
Disfruto mucho escribiendo, y el género que escojo para transmitir lo que quiero expresar, depende de la historia misma y algunas veces del ánimo del propio escritor.
 
El ser caribe, con todo lo que ello implica, constituía, si no una alternativa, por lo menos una noción de felicidad.
 
No me considero un escritor famoso; tal vez podría ser alguien prestigioso. La fama crece como espuma y, como la espuma, vuelve a ser lo que era antes de inflarse. El prestigio, pienso, es como el vino, como el buen vino, o como los buenos rones antillanos. Ojalá pudiera conservarme transmitiendo cosas a la gente por mucho tiempo, incluso más allá de la muerte, sin haber llegado jamás a ser famoso. Ojalá no me pase como a aquellos boxeadores que trepan a la “gloria” y luego caen noqueados sobre la lona y frente a las cámaras de televisión.
 
Pienso que mi obra, por encima de que sea buena, mala o regular, es una obra que ha generado entre el público una gran simpatía. Yo quiero a mi gente y la gente corresponde. Pero... si de alguna manera podría decirse que he obtenido ciertos logros, ello se ha debido a que me levanto a escribir cada día como si jamás nadie nunca hubiera publicado algo mío y como si nadie jamás me hubiera leído. Allí reposa la clave de todo: sentirse en el inicio aunque ya, tras lo obtenido, nos enfrentemos al final.
 
¿En qué o en quién piensa cuando escribe? En una mezcla de cosas, sentimientos y actitudes. Pienso en el disfrute que me produce el escribir, en la responsabilidad que implica el querer ser testigo crítico de mi época, en el lector... y en lo que quiero, en sí, transmitir.
 
¿Qué mensaje le enviaría a los estudiantes?  Que sean lo que son, caribes y latinoamericanos, que se sientan orgullosos de eso, de ser lo que son, y que traten de ser felices siéndolo. Que no caigan en la trampa de ceder ante esa ley del consumismo y la alienación, la que dice que en este país se es más importante en la medida en que uno menos de este país parece. Mucho cuidado. La clave de la felicidad y del éxito tiene que ver con sentir orgullo de pertenencia y, en este caso, de pertenencia caribe. 
 
¿qué lo llevó a escribir? ¿En qué momento se decide por este oficio de las letras? Precisar una fecha, o siquiera un año, resulta difícil. Recuerdo que fui siempre un buen narrador de historia entre los amigos y la familia, y que me gustaba hacerlo, en forma oral, desde luego. De repente, vislumbré que podría escribir todo aquello que disfrutaba haciendo, y empecé, tímidamente, a llevar al papel ciertas cosas.
 
En tantos años, nada se ha hecho por resolver los problemas de tenencia de tierras.             
 
La inserción de América Latina en el proceso de globalización es inevitable, independientemente de que esta sea buena o mala. Inevitable como lo fueron la Conquista, el saqueo o la esclavitud. Pareciera que existe en nuestro continente un aire de predestinación a la tragedia de la dependencia. Cabe, entonces, preguntarse: ¿alcanzaremos a ser libres e independientes algún día? De esta pregunta se desprende otra, no menos atrevida: ¿Qué hemos hecho para ser libres e independientes? Y de esta nueva pregunta se desprende una tercera: ¿Lo que hemos hecho, ha sido acaso hecho por el camino correcto?
 
América Latina no puede despegar hacia un equitativo desarrollo económico sin conocimiento y conciencia de su pasado, su Historia, su cultura –sus múltiples culturas--, su potencial como usuaria de una lengua hablada por casi 500 millones de personas y como poseedora de inmensos recursos naturales.
 
Es urgente que empiece a darse el relevo en las dirigencias del Continente, y que empecemos a expulsar por las vías democráticas a aquellos que han sido los culpables de nuestra pobreza, nuestra condena al sufrimiento, a la inequidad y al subdesarrollo. A aquellos que han sembrado y alimentado la violencia y las guerras.
 
"En el sentido que nos ocupa, un buen costeño es alguien que no traicione su dicción y su acento como le pasa a los ministros recién nombrados, que después del decreto de nombramiento empiezan a hablar cachaco".
 
¿Usté sabe la diferencia entre está varao y está desocupao? Vea: el desocupao no tiene ná que hacé; mejor dicho, es alguien que se lanzó al abismo del importa-un-pito, al Niágara del todo-da-lo-mismo y al despeñadero del eche-qué-carajo. En cambio, el varao, como yo, se la pasa trabajando buscando trabajo. Mejor dicho, buscando camello. ¿No ve que también hay una díferens, grande, entre trabajá y camellá. Un ministro, por ejemplo, trabaja. Y un obrero, camella.
 
¿sabe lo que yo he viajao? Yo he llegao a conocerme esta Costa Colombiana como la mano de mi palma, de rabo a cabo. Camellando, y tirando varilla y sable a dos mano, pero nada. Camello sí encontré, pero trabajo no.
 
El escritor es, ante todo, un ordenador del mundo, del caos. Para él, el mundo que lo rodea, es el mundo; y el caos, es el que lo circunda. De modo que, en el intento de ordenar el mundo, lo que termina ordenando es su mundo.
 
¿qué se intenta globalizar con la globalización? ¿Acaso se intenta legitimar aún más los ya legitimados –entre comillas— valores de Occidente? El término globalización es sano en su esencia. Pero bien sabemos que, en la forma como hoy su usa, se pone al servicio de intereses económicos y financieros de orden transnacional.
 
En la India se transmite televisión únicamente durante cuatro horas al día. Lo apenas necesario. Y los programas resultan aburridos y lerdos para los occidentales acostumbrados al bombardeo de efectos visuales, de publicidad ruidosa, de nalgas y tetas. Los indios, o hindúes, hasta en eso, son sabios. Consideran que hay mucho que leer y mucho más que pensar, y mucho más que hablar con amigos y familiares, para sentarse a embrutecerse frente a una caja con pantalla.
 
 “Sólo debieran existir los libros que un buen intelectual o un buen científico tienen en sus bibliotecas. Lo demás es basura”, suele decir un buen amigo.
 
El fenómeno de la comercialización de la pluma ha llegado a tales extremos, que son las casas editoriales quienes, muchas veces, imponen los temas. En Colombia, por ejemplo, vende el escándalo, no la virtud; vende la violencia y el sicariato, no la redención del lenguaje ni la afirmación cultural. Otro ejemplo: en los Estados Unidos el término ‘publisher’ implica muchas más cosas de lo que implica en español el término editor; así como editor en inglés significa intromisión, mutilación, autonomía... claro, siempre de acuerdo con el publisher. Al parecer, el mundo editorial en todo el Planeta ha naufragado en esa horrenda modalidad. Es parte del deterioro general de ese mundo, el actual.                                                                                   
 
Pese a que soy consciente de que atravesamos un período de franca decadencia, tengo fe en la humanidad. Estoy seguro de que, luego de tomar conciencia de todo el horror que vivimos, resurgiremos a partir de las cenizas. Aquello ha sido una constante en la Historia. No lo veremos ni usted ni yo, pero en varias generaciones se operará un cambio sustancial. Y así, muchos implementos tecnológicos que hoy son reyes y príncipes de la Creación, pasarán a formar parte del Museo de la Nostalgia, junto con el sombrero de Michael Jackson y la capa de Superman.
 
 Todos necesitamos héroes. Más que héroes, necesitamos paradigmas, ejemplos a seguir. Probablemente el futuro del mundo editorial esté en lo alternativo y lo experimental, en las ediciones de tipo marginal. Pero, más que en otro lado, en el convencimiento de que no estamos solos, de que no somos golondrinas y de que el verano, ese verano de tantas golondrinas juntas, sólo será posible si se llega a la final conclusión de que el mundo debe estar gobernado por los más inteligentes y no por los más ignorante y payasos, como ahora sucede.
 
De Shakira he oído decir que mueve las caderas. García Márquez, con Bolívar, son los hombres más importantes de Colombia, pero Bolívar no es de aquí.
 
Siempre he sostenido que los costeños somos más hipócritas que los cachacos, pero lo disimulamos mejor.
 
Córdoba fue creado en el 52, y 52 veces se lo han robao.
 
¿Es verdad que los hombres se están acabando? Por lo menos, los que hacen  preguntas brillantes, sí.
 
¿Por qué dices que en este país no hay nadie más feliz que un periodista con accidente aéreo? Porque en este país no vende la virtud, vende la sangre y la tragedia.
 
¿Qué te gustaría que dijera tu epitafio? “Aquí ya sé”
 
¿De qué defecto te sientes orgulloso? De ser loriquero.
 
¿Qué lo hace reír? Eso de que este es un país democrático, que no es racista, y que la Patria existe, ¿qué es la Patria? Cuando los soldaditos van a la selva a morir “defendiendo la Patria”, ¿por quién mueren... cómo se llama esa transnacional? Quizá AIRTAP... que es Patria en alrevesino. 
 
 “Colombia have produced one only universal character, Simon Bolivar, and he was born in Venezuela”.  Todos reían y me reviraban: “And... what about Pablo Escobar”. Entonces, yo, en vez de enverracarme, me reía, y les gritaba: “He who laughs at last laughs more-better”... : El que ríe de último... ríe “más mejor”.  
 
No hay derecho a que a estas alturas del siglo XXI sigamos pensando los colombianos que todo santandereano es violento, todo bogotano hipócrita, todo paisa bandido y tumbador, todo chocoano ignorante, todo pastuso tonto, todo costeño perezoso. Conozco mucha gente de cada una de esas regiones que no es el reflejo del respectivo estereotipo.
 
El costeño es música en todo, en el hablar, en el cantar, en el amar y en el vivir en general; incluido el comer: hemos compuesto canciones al arroz con coco, al chivo guisado, el bocachico, al arroz con lisa, a la arep’e huevo, al suero de leche y al jugo de mango. Al niño que nace y al amigo que muere, y hemos puesto a bailar al continente y al mundo. Somos el resultado de una trietnia vigorosa y musical: indios rituales, blanco-moros de la tierra del flamenco y el cante-jondo y negros de las propias entrañas del África, ¿qué más podría salir de allí sino un eterno pentagrama?
 
Santander representa para mí una de las más grandes y vigorosas reservas culturales de Colombia, en dos aspectos particularmente: la comida y la música. Ambas cosas son lo menos cachaco que conozco.
 
El ron no lo apasiona, mientras el whisky lo toma como si fuera parte de un ritual “clínico”: ÉL sostiene que nació menos dos whiskys, por eso sagradamente se toma dos, según auto – receta médica.

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