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NUESTRA INFANCIA EN MANIZALES

 

Fuimos muchas veces a la costa en un jeep Land Rover, sentados de lado, con parte del equipaje en la parrilla y la otra parte acomodada entra las piernas o en cualquier rincón.
 
 Nadie protestaba, todo eran risas y felicidad, hace cuarenta años la diferencia entre los grandes y los muchachos era muy marcada, los privilegios eran para ellos, nadie montaba adelante, si había alguien mareado paraban y uno caminaba unos metros y trepé que vamos de afán, usted no tenía derecho a mariarse más de una vez, hasta en eso nos turnábamos; todo era generosidad.
 
Hoy se montan a la camioneta Full haciendo mala cara, se conectan a sus audífonos y se van consultando redes sociales, chateando y tomando selfies.
 
El fin de año era lo que esperábamos con ansias día a día, nos motivaban, empacaban la ropa vieja y para la finca desde el 14 de Noviembre hasta la primera semana de Febrero.
 
Los primos y en mi caso los sobrinos, fueron y serán nuestros mejores amigos.
 
 Nada era tan peligroso ni tenía tantas restricciones, elevábamos globos que luego atraíamos con un espejo y en medio de la noche salíamos a cogerlo, quemábamos pólvora, jugábamos sin discriminacion algúna, con los hijos de los mayordomos, que se iban convirtiendo en nuestros ídolos por el relato de sus aventuras y sus estilos de vida.
 
 Los muchachos de de hoy viven la magia de nuestros años a muy temprana edad, todo depende de las redes, ellas son las que determinan su estado de ánimo, su iniciativa, sus actividades y su éxito.
 
Comíamos sin calcular calorías, mecatiabamos todo el día incluso en las noches atracábamos la cocina para seguir comiendo, tomábamos coca cola a la lata sin pensar que esta se usaba para desapretar tornillos, los chitos y los melitos no nos atormentaban con la tartaracina, nada era malo, nada daba cancer, todo nos daba felicidad.
 
 Hoy el uno es vegano, el otro vegetariano, el otro fit, el zambo no come nada que tenga conservantes cancerígenos.
 
En nuestra juventud usted comía lo que sirvieran y sino, podía pasar horas eternas buscando la compasión de la mamá para que pudiera levantarse de la mesa.
 
Peleábamos a puños o discutíamos, y en fracción de Segúndos, estabamos jugando fútbol o planeando cosas para hacer al día siguiente, habia muy poco trabajo para psicólogos, psicoterapeutas o psiquiatras, los traumas no existían, los problemas de comportamiento los solucionaban los papás con un buena correa.
 
 
La antesala de los aguinaldos, esos días antes, buscando los paquetes por todas partes, para saber si me habían comprado lo que pedí, eso generaba una dicha incontrolable.
 
Vivimos nuestros primeros amores mandando razones por el teléfono, enviando saludos a la pretendida y enloqueciendo de felicidad cuando eran correspondidos.

Teníamos normas, nos ponían horas, había disciplina, respeto hacia los mayores.

 Ellos pasaban horas juntos, jugando cartas o hablando de sus temas, y eso nos permitía una libertad sin límites, nos enseñaba a ser independientes a solucionar nuestros problemas sin tener que molestar a nadie.
 
Cuando se terminaban las vacaciones y regresábamos a Manizales, nos enfrentábamos a un momento sublime; la comparada de los útiles.
 
Ese regateo por comprar cuadernos algollados, portaminas, forrar los libros con contact, los lápices 3m 4m, los lapiceros con minas de distintos colores, los sacapuntas de aluminio.
 
Todo esto igual que nuestro estilo de vida, nos generaba una emoción indescriptible.

Vivíamos y disfrutábamos con las cosas más simples, si el balon Soria estaba muy huevo, más emocionante era el partido, no inventábamos traumas, todo era bueno y constructivo.
 
Admiro muchas cosas de las generaciones actúales, su inteligencia, su conciencia frente al medio ambiente, su capacidad de trabajo.
 
Pero prefiero mil veces hacer una fila, un mandado, un mundo sencillo, un abrazo afectuoso, una palabra romántica, una serenata o ver a los hijos jugando cucli, chucha, quemado o voleo.
 
Gratos recuerdos que fortalecen el alma y aceleran el corazón.


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