Las bolas de humo del cigarro se mezclaban con los
pequeños copos de nieve que habían comenzado a caer. Axel apretó los gemelos al
motor de la Harley, que aún calentaba, pensando en que pronto sería imposible
estar en la calle helada, ya que el frío se había instalado durante esos
primeros días de diciembre. Si Pippa no viene en cinco minutos, me largo. Aunque eso era pedirle mucho.
Ella siempre llegaba tarde.
Por suerte para él, una figura se empezó a dibujar en el
blanco de la calle. Oslo era así en invierno: la nieve llegaba junto a las
mínimas temperaturas, se aliaba con los abrigos y no se iba hasta que pasaban
unos meses, en los que llenaba todo de claridad y frío. Cuando la figura estuvo
lo suficientemente cerca como para no tener que entreabrir los ojos, distinguió
a Pippa y su alborotada mata de pelo rojo.
-Hola -Murmuró ella, mirando al suelo. Se apretó en su
chaqueta de cuero -.Hacía tiempo que no nos veíamos.
Tiempo, lo que se dice tiempo, no había sido mucho. Una
semana, más o menos. Seis días. Pensó. Desde el entierro.
Philippa,
la que se hacía llamar Pippa, era así. Pelirroja de bote, fumadora compulsiva,
fanática de la buena música, como ella la llamaba. Era medio alcohólica, tenía
veintitrés años, su mejor amiga. No tenía ni idea de por qué era así, cuando le
daban venazos ariscos o bipolares, pero Pippa se hacía querer.
-Hola
-Repitió Axel, mientras veía como su amiga alzaba los ojos azules que tenía.
Pintados con sombra negra, lo inspeccionaron mientras él le daba una nueva
calada al cigarro.
-Estás
muy descuidado, Ax.
Seguidamente, rió con amargura. Porque, de verdad, era gracioso que ella dijera
eso, cuando los mechones rojos se mezclaban con un pañuelo mal puesto.
Cuando un cordón se escapaba de sus botas militares y tenía esa expresión de
resaca en la cara.
-No te lo tomes a mal -continuó. Con aparente calma. Aparente, es la palabra clave.
Porque Pippa no estaba bien, y Axel sabía con seguridad que tardaría poco en
abordar el tema por el que se habían encontrado. Era mentira ese mensaje que
había enviado de 'eh, Ax, hace mucho que no nos vemos; a las cinco donde
siempre' -. La muerte de Ebba nos ha cogido a todos así.
Ahí
estaba el tema. El maldito tema. Axel mascó el nombre de Ebba mientras desviaba
la mirada y Pippa lo observaba. Notó que nevaba con más fuerza. El
silencio se hizo protagonista en la calle desierta, quebrado por sus leves
respiraciones, pintado con una tenue columna de humo. Por el rabillo del ojo,
vio como la pelirroja se llevaba las manos a la cabeza, revolviendo su pelo.
Resopló con brusquedad mientras un montón de ceniza olvidado por todos caía al
suelo blanco.
-No puedo creer que la hayas olvidado.
Zas. Pippa
era una víbora. Le disparaba sus frases con tan poca delicadeza como
certeras. Entre las cejas. El comentario, que se le había espetado en la
frente, disolvió una pizca de furia en sus venas. La especialidad de su amiga era esa, diluir argumentos
que enervaban el cuerpo.
-Cierra
la boca. No me he olvidado de Ebba.
-¿No?
-Pippa compuso una carcajada aguda y sarcástica-. Que va. Para nada. Por
eso siquiera has ido a verla.
Ella no lo entendía. Claro que no. Idiota y otras
palabras demasiado malas se cruzaron por su cabeza. Como se hacía odiar, la
maldita. Axel no había
dejado la memoria de Ebba atrás, perdida y confusa en la nieve de Oslo.
Sólo quería sanear las heridas abiertas, que estaban llenas de sangre reseca.
-No,
aún no te has olvidado -Pippa seguía hablando sola, confirmando sus
pensamientos. Juzgándolo, recriminándole con esos ojos azules que se le
clavaban en lo más profundo. Se le había quebrado la voz, estaba a punto de
romper a llorar -.Pero estás deseando hacerlo de una vez.
De nuevo, la joven había disparado. Y había traído cosas
peores que saña a Axel. Sus palabras envenenadas, más bien dolidas por la falta
de Ebba sólo cogían del brazo recuerdos de la misma. Aunque daba igual. La pequeña conversación de
reproches que se había abierto era una tontería demasiado grande, porque Ebba
era imposible de olvidar.
Ebba.
La que traía calor hasta en los peores meses de Noruega. La rubia de ojos carbones,
oscuros como la noche. La que adoraba a los Beatles y siempre andaba
chillando sus canciones. En su grupo de veinteañeros que pasaban de la vida y
gastaban sus años entre humo, ella era la diferente. Pippa se había preguntado
muchas veces que hacía una chica como ella con ellos, la chusma de la sociedad,
como la pelirroja se denominaba. Y es que Ebba bebía, fumaba, y en general tenía el mismo pensamiento
que ellos, pero era afable. Dulce. Positiva, la que miraba hacia el
futuro y les empujaba cuando se estancaban. La que nunca se portaba mal con
nadie, la que controlaba sus nervios y no acababa como sus amigos, adornando su
boca con un chorro de sangre y unos cuantos moratones. Si le dolían las penas,
se las curaba con ginebra. Sabía encantar a todos. Era lista, era guapa, la única que le había dicho
todo lo que debía decirle a Axel sin quitarse la ropa, hacerle sonreír con el
sujetador abrochado. Su padre había abusado de ella durante su infancia,
y ahora se encontraba así.
Muerta.
Ebba estaría viva si hubiera crecido en una casa normal,
y en esos momentos corretearía por la universidad y estudiaría con los copos
cayendo al otro lado del cristal. Si simplemente, ese chico del bar no le
hubiera echado esas pastillas en el whisky, su corazón seguiría latiendo. Pero
no era así, porque todas esas cosas habían ocurrido al revés. Nunca iría a la
universidad, con una familia esperándola para cenar, ni llegaría a su
apartamento con Axel después de otra monótona noche en el bar. Desde luego, Ebba no se merecía
eso. Ella era la que menos se había ganado acabar con la piel blanca
como el papel, más guapa que nunca en un viejo tanatorio. La que había
aguantado con una sonrisa mientras el mundo le daba palos.
Al
tiempo que Pippa y Axel se habían sumido en los recuerdos, la nieve seguía
cayendo, ella lloraba con quejidos y unas lágrimas silenciosas helaban las
mejillas del muchacho.
-Perdóname
-Sollozó Philippa. Un escalofrío recorrió su columna. Si por el frío o
por la pena, no lo sabían; no importaba-. La querías mucho. Lo siento. Soy idiota.
Axel
suspiró. Apenas sentía los dedos, enfundados en el abrigo, pero en un
gesto lento los sacó para abrazar a su amiga, que quebraba la nevada. Eso era lo más parecido a 'no
pasa nada'.
Nunca
se olvidarían de Ebba. Ni ellos, ni nadie. Axel aún recordaba cuando
citaba a Benedetti para darle un buenos días personal, sólo para él. Te quiero
porque tu boca sabe gritar rebeldía. Y como después cargaba el café con tres
cucharadas de azúcar y se excusaba diciendo que la vida ya era bastante amarga.
Ebba se había ido entre las corrientes de aire, se había escapado con toda la
alegría que les quedaba en el cuerpo y letras de los Beatles inacabadas.
-La
nieve no va a borrar su rastro, Pippa –Musitó Axel, con una débil sonrisa.
Se separó de la chica y la miró. Aún llorando sin hacer
ruido, parecía dispuesta a conseguir que eso fuera verdad. Que la nieve no se
llevara a Ebba por completo.
La Harley arrancó de nuevo en ese lugar suyo de Oslo
cuando la ventisca se hizo mayor a sus fuerzas. Cargada de recuerdos con heridas que esperaban al tiempo,
para que no doliera al mirar.
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