El
científico Alejandro Jadad nació en Cereté, Córdoba. ‘Time’ lo escogió en el
2005 como uno de los genios que cambiarán el planeta en este siglo.
“Fue
muy interesante entrar al ataúd y permanecer inmóvil en él, y bellísimo poder
invitar a mis hijas a imaginarme muerto y a expresar lo que dirían en mi
funeral. Pero también fue intenso pasar 15 minutos con el féretro cerrado, a
oscuras y reflexionando sobre mi vida”.
Alejandro Jadad, el científico colombiano que en el 2005
fue escogido por ‘Time’ como uno de los genios que cambiarán el planeta en este
siglo, relata así la forma como escenificó su muerte frente a su familia, al
cumplir 50 años, unos meses después
de remontar la incertidumbre de un diagnóstico de cáncer.
Jadad, doctorado en síntesis del conocimiento y
tratamiento del dolor de Oxford, asegura que no fue algo macabro, sino una expresión de su necesidad de
llevar a la práctica los conceptos emanados de sus experiencias y estudios
sobre la muerte. Asesor de la OMS, este hombre de Cereté se ha
convertido en uno de los teóricos más reconocidos en el campo del bienestar
integral, que incluye el concepto de una buena muerte.
¿Qué es la muerte?
La
respuesta obvia sería que es lo que sucede a partir del momento en que termina
la vida. Pero esto complica las cosas, porque no tenemos claro qué es la
vida y dónde se acaba. Por
eso prefiero que nos enfoquemos en la muerte humana, que puede conceptualizarse
como el cese permanente de nuestra conciencia o capacidad para reconocernos
como personas y percibir nuestras acciones e ideas. La muerte es cuando se
calla del todo nuestra voz interna.
¿Por qué tememos morir?
Es
una pregunta importante, pero imposible de responder. Lo cierto es que la
mayoría cree que no le teme a la muerte, sino a la forma como morirá y al
sufrimiento de sus últimos días. Aunque desde el punto de vista
biológico el miedo a la muerte se ha relacionado con un mecanismo muy efectivo
de autoprotección y conservación de la especie, desde lo psicológico es la máxima expresión de la
capacidad humana para entender que se puede dejar de existir. Y esto genera un cuestionamiento
inevitable sobre el sentido de la vida, la percepción de insignificancia y la
frustración de sentir como absurdo todo lo que se hace.
La
certeza de morir es el mayor incentivo que tenemos para lograr una vida plena,
feliz, llena de amor y disfrutada al máximo.
Martin Heidegger decía que vivir para la muerte es una
existencia auténtica. ¿Qué
piensa de eso?
Estoy de acuerdo. Heidegger, uno de los filósofos más
influyentes del siglo XX, probablemente se inspiró en otros filósofos. Séneca,
por ejemplo, dijo: “Quien
no sepa morir bien vivirá muy mal”. Hace casi 500 años, Montaigne
exhortó a que entendiéramos que se es verdaderamente libre solo cuando se
aprende a morir y, más recientemente, el inglés Simon Critchley invitó a que
tengamos la muerte en la boca, en las palabras que se dicen, en los alimentos
que se comen y en las bebidas que se toman. Solo así se puede eliminar el terror que invade al pensar
en la muerte y, de paso, vivir de manera plena y auténtica.
Heidegger también decía que la muerte es irrepetible, irreferenciable e
irrebasable...
Él
propuso la existencia del ‘dasein’ (término alemán), que es como el ser-ahí,
con lo que da a entender que el ser humano ha sido arrojado en el mundo al
nacer y en un momento dado es capaz de notar su existencia y preguntarse sobre
su propio ser. Este ente está hecho de posibilidades infinitas, donde la
única cierta y que es parte de todas las demás es la muerte. En este sentido,
el ‘dasein’ puede reconocer que la muerte es irrepetible, porque sucede una vez
en cada persona; irreferenciable, porque nadie puede morir por otro; inminente,
porque puede ocurrir en cualquier momento, e irrebasable, porque no hay nada
después.
Los
médicos se encargan de decirle a la muerte: “aún no”. ¿No cree que a veces se
exceden?
Casi
siempre. Y esto resulta de la presión que reciben desde muchos ángulos.
Por un lado están los seres queridos del que está muriendo, que piden hacer
todo lo necesario para mantenerlo con vida por el temor a perderlo para
siempre. Aquí actúa el remordimiento por haber dejado de decir o de hacer cosas
importantes y la imposibilidad de tener más tiempo. Pero también está la educación que ha recibido el
médico, en la que se considera la muerte como una enemiga a la que hay que
vencer a toda costa. La verdad es que esto acarrea más sufrimiento para todos
los involucrados, por la simple razón de que la muerte no es curable. A lo
anterior se suma el imaginario de la gente, que considera que la medicina es
capaz de derrotar la muerte, así como el complejo corporativo que se lucra de
mantener vivas a las personas moribundas.
Usted ha estudiado el comportamiento de los profesionales
de la salud frente a la muerte. ¿A qué conclusiones ha llegado?
Mi interés se disparó en un evento médico en Gran
Bretaña, en el 2011. Allí les pedí a los cientos de profesionales de la
audiencia que levantaran la mano si les gustaría morir como sus pacientes. No
vi una sola arriba, y mi sorpresa fue mayúscula. Entonces llegué a una
conclusión tajante: la mayoría de la gente está muriendo mal. Lo que se confirma con muchos
estudios. Y el otro hallazgo fue más sorprendente: los médicos no mueren de
forma diferente a sus pacientes, mueren tan mal como el resto.
¿Qué es morir bien?
Tengo el privilegio de liderar la Iniciativa Global para
una Buena Muerte, que busca determinar las condiciones mínimas que todo ser
humano debe tener en los últimos momentos de su vida. Después de analizar todas las publicaciones
científicas al respecto, hemos identificado diez condiciones fundamentales a la
hora de hablar de una buena muerte, independientemente de la cultura, de las
creencias o de las condiciones socioeconómicas. Entre ellas están morir
en el sitio que la gente prefiera, tener autonomía sobre las decisiones
médicas, tener la posibilidad del suicidio asistido o la eutanasia, evitar las
medidas artificiales innecesarias, controlar el dolor y el sufrimiento
emocional, permitirse el desarrollo de la espiritualidad y las manifestaciones
religiosas, estar al lado
de la familia y los amigos, no ser una carga para las otras personas y ser
conscientes del significado de lo que está sucediendo.
¿Qué les dice a los colegas que se enfrentan a diario con
la muerte?
Que
la muerte se debe ver como una amiga. Que deben realizar esfuerzos para
desmedicalizar la vida; que es necesario entender que una buena muerte es
posible para todas las personas con los recursos que se tienen, para lo cual es
fundamental alinear a todos los actores para hacerlos más compasivos. Todo esto es posible, y hay
experiencias que lo demuestran. Mejorar las condiciones para morir con los
menores costos económicos, emocionales y de sufrimiento es factible y está en
las manos de todos los médicos.
Una muerte humanista es la que sucede cuando se protege
la capacidad de amar y ser felices hasta el final
¿Puede
haber muerte feliz?
Está
probado. Cuando la gente entiende que le queda poco tiempo decide que la
prioridad máxima es buscar la felicidad hasta la muerte. Una muerte
humanista es la que sucede cuando se protege la capacidad de amar y ser felices
hasta el final. Para lograr eso es importante contar con un grupo de personas
que acompañe el proceso con sinceridad. En uno de los casos que tuve el
privilegio de facilitar, la persona pasó sus últimos días recibiendo masajes en
los pies por parte de su pareja, quien le leía poemas de Neruda mientras ella
se tomaba las medicinas para el dolor en batidos de sus frutas favoritas. Esto requirió mucho menos
esfuerzo y gastos que una mala muerte en una unidad de cuidados intensivos.
Y si eso es tan fácil, ¿por qué se hacen otras cosas?
Porque se nos ha expropiado la vida hasta el último
suspiro, como lo dijo Iván Ilich ya hace más de 40 años. Hasta hace poco la muerte se
consideraba algo natural e inevitable, que requería preparación individual,
familiar y social; incluso había manuales para guiar este proceso. Pero
cuando se descubrieron la penicilina y otras herramientas para curar, la
humanidad tuvo clara su capacidad para hacerle frente a la muerte a gran
escala. Ese éxito de vencer las causas de muerte prematuras hizo creer que se
podía hacer lo mismo con todas las enfermedades mortales. Esto les dio a la
ciencia y la medicina la autoridad y la responsabilidad para lograrlo.
¿No le parece macabro haber puesto en escena su propia
muerte?
Al
contrario. Ha sido una de las experiencias más maravillosas de mi vida. Creé
una junta directiva personal, incluyendo a Martha, mi esposa, a nuestras hijas
y a un par de asistentes de la universidad, y los invité a apoyarme para lograr
ciertos niveles de salud y felicidad en el tiempo que me quedara. Esto
fue después de que se me descartó un cáncer de colon.
¿Dice ‘experiencia maravillosa’?
Cuando cumplí 50, en el 2013, tuve una ceremonia privada
con nuestra familia nuclear. Después
de los 15 minutos encerrado en el ataúd, fue maravilloso cuando mi familia lo
abrió y me ayudó a salir. Decidí que a partir de ese momento me
arrojaría al mundo como un ser auténtico, consciente de mi muerte y dispuesto a
explorar todas las posibilidades para vivir plenamente. Desde entonces, he dividido el tiempo en el que
estoy despierto en periodos de una hora que he llamado unidades de vida, en las
que acepto la invitación de Nietzsche a imaginar que un ser con poderes mágicos
nos ofrece la oportunidad de repetir la vida un número infinito de veces, sin
poder cambiar nada, por pequeño que sea. Esto, para darnos cuenta de que
sería horrible repetir infinitamente lo que ya vivimos.
10 condiciones fundamentales a la hora de la partida
definitiva
-
Morir en el sitio que la gente prefiera.
-
Tener autonomía sobre las decisiones médicas.
- Tener la posibilidad del suicidio asistido o la
eutanasia.
-
Evitar las medidas artificiales innecesarias.
-
Controlar el dolor y el sufrimiento emocional.
- Permitirse el desarrollo de la espiritualidad y las
manifestaciones religiosas.
- Estar al lado de la familia y los amigos.
- No
ser una carga para las otras personas.
-
Ser conscientes del significado de lo que está sucediendo.
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