Para hablar de los conocimientos que
debe poseer el maestro de enseñanza primaria es necesario partir de una premisa
fundamental en la labor de todo pedagogo. Se está haciendo referencia al deber
del maestro de programar su actividad docente, educativa y formativa,
comenzando por el diagnóstico y la caracterización de sus estudiantes. Esto le
posibilitará distinguir oportunamente las peculiaridades del grupo y por tanto
perfilar el proceso docente-educativo, así como su formación integral acorde a
dichas especificidades.
A
partir de esta caracterización, por ejemplo se conocerán los niños con talento que
requieren una atención diferenciada por parte del maestro, o aquellos que padecen una
enfermedad crónica no transmisible como la epilepsia, cuyos síntomas no
se manifiestan hasta el momento de la crisis, y que también llevan un especial cuidado.
De
lo anterior se deduce que el
maestro debe (tiene que) ser capaz de manejar un amplio espectro de
conocimientos e información, en función de su preparación integral para
asumir constructivamente el proceso de enseñanza-aprendizaje. En su haber tendría que acumular
conocimientos no solo sobre epilepsia, también acerca de la ceguera, los
débiles visuales, los estudiantes con dificultades de desplazamiento,
tartamudos, entre otros; tanto si este fuera el caso de alumnos que
conforma su grupo de clases, o no, ya que en sus manos está enseñar a
relacionarse con estas necesidades educativas especiales.
En
este sentido, junto a estos conocimientos que le competen al maestro también se
encuentra el de saber respetar la diferencia; así como enseñar a respetarla. De modo que, no se
trata tanto de elegir un saber u otro (referido a saber sobre epilepsia o sobre
el respeto a la diferencia) sino de lograr concentrar ambos esfuerzos, es
decir: conocer sobre epilepsia -si este es el caso- y sobre las cuestiones del
respeto a la diferencia. Específicamente acerca de esta enfermedad, el maestro no puede conformarse
con ser solo tolerante, pues tiene la responsabilidad ante sí de saber cómo
actuar ante una posible crisis del niño.
Para
que el maestro sea capaz
de respetar la diferencia o las diferencias y de esta forma enseñar a
respetarlas, en primer lugar debe
estar en posición de poder reconocerlas; distinguir qué es lo diferente
y por qué lo es. Solo así podrá apropiárselas como uno de los procesos mediante
los cuales los seres humanos se relacionan entre sí y con las cosas,
descifrándolas, decodificándolas y entendiéndolas.
En
el contexto actual el
respeto a las diferencias constituye premisa fundamental para cualquier
comportamiento. Entre las características que nos distinguen se
encuentra la de ser diferentes entre sí, ya que la personalidad es única e
irrepetible. El hombre constituye una unidad biológica–psicológica y social
(además de espiritual), por
tanto la aceptación del otro se convierte en una necesidad reclamada por la
convivencia social. Entre
las funciones del maestro por tanto, se encuentra adoctrinar en esta capacidad,
para lo cual necesita estar previamente preparado.
Si
no se aborda con cautela la cuestión acerca del respeto a la diferencia, esta
podría convertirse en una encrucijada a la que miraríamos de modo unilateral. Esto quiere decir, que no basta
reconocer qué es lo diferente y respetarlo, pues ello no implica
automáticamente la superación de los prejuicios iniciales desde los que esta
divergencia era percibida. No se trata de autoproclamarse respetuosos de la
diferencia per se, como sí de ser capaces de asumir a cabalidad la conducta a la que invita semejante
actitud ante la vida.
Devolviendo
el análisis a la cuestión de la epilepsia específicamente es necesario agregar
en este sentido, que uno
de los caminos posibles es no tanto el del respeto a la diferencia, sino el de
ser capaces de apropiarse de esta enfermedad no como una condición que te
vuelve diferente, para poder asumirla desprejuiciadamente. Es decir que no se trata de reconocer al niño
con epilepsia para tratarlo como diferente, o sea te respeto pero continúas
siendo diferente. Más bien la representación social de esta debería ser
similar a la representación social que se tiene de otras enfermedades a las que
no se ha estigmatizado. Vale
enfatizar que la epilepsia, el cáncer y el VIH, están dentro de las tres
enfermedades más mancilladas a nivel social.
Los
niños en edad escolar que padecen epilepsia, con frecuencia sufren discriminación debido, entre otras
causas, al desconocimiento sobre la enfermedad. La emisión de juicios
sin valor provoca que lejos de conocer las causas y el desarrollo de este
padecimiento, unido al conjunto de actividades que sí puede realizar una
persona con epilepsia, solo nos detengamos a demarcar las restricciones con que
han de andar por la vida.
Conocer sobre la enfermedad le permite
al maestro primario percatarse que las posibles limitaciones de ese niño, no pueden compararse
con las que sufre un infante con ceguera, débil visual, o con dificultades en
su desarrollo psicomotor. Para todos estos casos la educación que reciben se
realiza en escuelas especiales y con maestros formados para ello. El niño con
epilepsia no necesariamente debe asistir a escuelas de este tipo, su educación
transcurre en escuelas normales. Muy raras veces y en dependencia del tipo de epilepsia, recibe un
tratamiento educativo especializado.
Los niños con necesidades educativas
especiales asisten a escuelas capacitadas para su educación, en las que se
encuentran en igualdad de condiciones con sus compañeros, quienes pueden
padecer de los mismos problemas. Como ya se mencionó, sus maestros poseen una
preparación específica que les permite desarrollar una labor profesional acorde
con la demanda. Por ende es más difícil que en estos casos exista un rechazo
social y discriminación por parte de los compañeros de grupo.
En cambio el niño con epilepsia asiste
a escuela de educación normal, de ahí la necesidad de que sus maestros estén debidamente preparados para enfrentar
la enfermedad y ayudar tanto al niño que la padece, como al resto de los
compañeros del aula para que la asuman sin perjuicios para la formación de
todos. En este sentido los
maestros tienen que estar en condiciones de prepararse no solo para ellos
asumir la educación del infante con epilepsia, también para que el resto del
grupo no se vea afectado por esto y acepte a su compañero como a sí mismo.
Hay que recordar que escuela, familia y
comunidad, constituyen las tres aristas fundamentales de las que, de su
armonioso funcionamiento depende la satisfactoria formación de los ciudadanos. Existen ocasiones en
las que los pedagogos incluso tienen la responsabilidad no solo de preparar
para la vida a los niños y niñas con epilepsia y sus compañeros de aula, sino
también a los padres mismos. De
modo que el maestro debe atesorar el conocimiento necesario para enfrentar
dicha enfermedad con vista a fomentar una representación social desprejuiciada
de la misma, y no contribuir a re-producir códigos errados y denigrantes
sobre ella.
Educar en el respeto, en el mayor sentido
de la palabra, también constituye una enseñanza sana para la vida del infante,
en esta etapa decisiva de la formación de la personalidad.
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