Es muy agradable vivir
experiencias diferentes y muchas veces las
relacionamos con viajar, pero lo que verdaderamente echamos de menos es
otra cosa. Hemos perdido algo muy importante y sabemos que lo encontraremos
transitoriamente en Perú, en Cuba o en París. Pero si no comprendemos qué es lo
que de verdad perdimos, ¿cómo podríamos recuperarlo de manera permanente?
Bien. Tal vez lo que perdimos
sea la experiencia de vivir intensamente, conscientemente, el momento presente.
Habitualmente actuamos de manera mecánica. Lo hacemos todo poniendo sólo un
mínimo de atención. Lo que nos distrae, aquello a lo que sí prestamos
nuestra atención, es el
constante flujo de nuestros pensamientos, de los que no sabemos tomarnos un
descanso.
Pero por suerte también es posible vivir el día a día con
otra actitud, experimentando
plenamente cada momento.
Los niños, por ejemplo, todavía se maravillan de las cosas
que ven a su alrededor. Si encuentran un charco querrán chapotear en el agua,
si pasan junto a un árbol apropiado intentarán treparse y si se cruzan con un
perro amistoso querrán jugar con él. No estoy sugiriendo que empecemos a actuar
de manera infantil, sino
que lo hagamos con la intensidad, la concentración y la alegría que los niños
aún no han perdido.
La energía y el entusiasmo que anhelamos experimentar siguen
aguardándonos allí donde siempre han estado. No el próximo verano en un lejano
destino turístico, sino aquí mismo y ahora:
en el acto de experimentar conscientemente el momento
presente.
Disfrutar cada momento aumenta la autoestima
Siempre me resultó desconcertante la “ceremonia del té”, ese
ritual milenario de la cultura japonesa que consiste en una cuidadosa
preparación de la infusión en un entorno tranquilo y adecuado. Por ejemplo en
Internet encontré mucha información, imágenes y videos, pero siento que falta
algo central que nos explique cómo es posible que algo tan trivial y ordinario
como preparar el té haya justificado el desarrollo de una ceremonia semejante y
su continuidad a lo largo de tanto tiempo.
Actualmente, en nuestra cultura occidental, preparar un té es algo más bien
simple, a lo que no le prestamos demasiada atención. Incluso en cualquier parte
podemos encontrar una máquina que nos entrega un té (o café, chocolate, etc.) a
cambio de algunas monedas.
La verdad es que no sé mucho acerca de la ceremonia del té,
pero de todas maneras me animo a proponer una explicación acerca de su origen.
Hacer cualquier actividad, por simple y ordinaria que sea, con completa
consciencia de nuestros movimientos, con la atención enfocada en nuestros cinco
sentidos, ejecutando cada acción de manera deliberada y consciente… es vivir plenamente el momento
presente. Eso interrumpe el flujo de nuestros pensamientos, permite que
nuestra mente descanse (por fin!) y nos trae paz, alegría y una indefinible
sensación de confianza en nosotros mismos y en la vida. Y esto sí justificaría la práctica de un ritual
como la ceremonia del té.
En cada momento del día podemos actuar de esta manera, al
hacer cualquier actividad. No
se trata de ser exagerados en ninguna forma ni de llamar la atención de los
demás. Sólo tenemos que llevar a cabo las mismas acciones y los mismo
movimientos de siempre pero de manera consciente y deliberada, tal vez solo un
poco más lentamente, no
hacer nada apurados.
Si somos capaces de disfrutar de cada momento, de descubrir
esta inesperada fuente de bienestar, siempre disponible precisamente porque
está aquí y ahora, podremos perdonarnos cualquier falta o defecto de esos por los que a veces nos
criticamos tanto, que
tal vez pensamos que nos impiden ser felices. Y entonces nos va a
resultar mucho más fácil aumentar nuestro nivel de autoestima y hacer
definitivamente las paces con nosotros mismos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Por favor, escriba aquí sus comentarios