La
visión que tenemos de la realidad es bien subjetiva aunque el ego orgulloso nos
convence de que somos objetivos y tenemos la razón.
Nos pasa como a esa mamá que se sentía muy ofendida con su hijo de dieciséis años. Ella no podía tolerar que él fuera unos pasos delante de ella cuando salían juntos.
Un día no se aguantó más y le preguntó qué era lo que le
avergonzaba de ella. “Ay, mami, ¿cómo puedes pensar eso?, le dijo él bastante
turbado. Y le dio esta explicación:
“Te
ves súper joven y no quiero que algún compañero piense que tengo una nueva novia”.
La madre sonrió y desde ese momento la supuesta ofensa se
desvaneció como por arte de magia.
Así
somos, vemos la realidad no como es sino como somos, y creemos que nuestra
opinión es la verdad. En las relaciones los juicios crean pendencias y
conflictos.
Por eso hay una atmósfera respirable y un ambiente cálido
cuando decides hablar bien de los demás y defenderlos cuando otros los
despellejan.
Un
hogar y una empresa marchan bien cuando todos se vacunan contra el juicio y la
envidia. Dos plagas peligrosas.
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