Querida Cira:
Hoy
me ha dado por reflexionar de mi trabajo o del disfrute de la vida, que al fin
y al cabo son la misma cosa. He de decirte que aún con el paso de los
años no puedo evitar
entristecerme o sentir cierta rabia cuando alguien habla de su trabajo como una
obligación, como un tiempo de su vida en el que vive exiliado. Exiliado de la propia vida, del
disfrute y de sus pasiones.
Hoy hay niebla ahí fuera, y a mí la niebla me invita a
pensar y a reflexionar. Puedo pasar horas observándola. La niebla difumina los
paisajes y esconde lo evidente, que sigue estando ahí aunque no puedas verlo. Las escenas van cambiando con el
transcurso de las horas y esos sucesos me parecen una estupenda metáfora de la
vida. Porque con el paso de nuestros días, de nuestras vidas, las
escenas también van cambiando, las evidencias siguen ahí y nosotros hay veces en que somos
meros espectadores de ello.
En
mis reflexiones soy consciente de que la que vida es efímera, más a mi edad,
aunque no siempre es fácil recordarlo. Pero hace mucho tiempo, cuando ya
llevaba unos años trabajando me dio por hacer listas y contabilizar cosas y comprendí que el trabajo y la
vida son la misma cosa. Puede parecer una deducción tópica o una frase
fácil, pero yo llegué a esa conclusión con datos técnicos.
Cada
año de nuestra vida tiene 365 días y 52 semanas y 46 de esas semanas las
pasamos en periodo laboral. De los días laborables tenemos unas 16 horas
para vivir despiertos o soñar despiertos y de esas 16 horas utilizamos una
media de 10 o 12 horas a nuestra vida laboral, ya sea para desplazamientos y
trabajo o para trabajar con intensidad, según circunstancias. Lo cual nos deja libres una
media de 4 o 6 horas diarias cuando no las tenemos que utilizar para tareas
cotidianas o burocráticas que nos pueden agradar o desagradar. En fin,
que llegué a la conclusión de que durante prácticamente todos los años de mi
vida más del 60% de mi
tiempo, siendo optimista, lo iba a utilizar en mi vida laboral.
Y entonces llegué a la conclusión de que mi objetivo era disfrutarlos lo
máximo posible. Siempre he tenido presente el disfrute en mi vida, pero
todos sabemos que la existencia se puede complicar o bien uno mismo se la complica.
Pero
no siempre es fácil alcanzar los objetivos que uno se marca. En el
momento en que llegué a esa conclusión me di cuenta de que la mayoría de horas que dedicaba
a trabajar realmente las dedicaba a ponerme máscaras. Internas, las que
están ocultas y te hacen adquirir rutinas sin sentido y cometer acciones o formar parte de
equipos de trabajo en los que no crees. Y también máscaras externas, de
las que dictan comportamientos o vestimentas que no tienen por qué coincidir
con lo que uno es. Pero la
lucha entre el equilibrio de lo que uno es y en lo que uno invierte su tiempo
no es fácil. Primero, porque uno a veces no sabe muy bien quién es.
Segundo, porque vivimos en
sociedad de intercambio económico y es necesario tener un trabajo para
poder tener unos ingresos mínimos y tercero porque para alcanzar ese equilibrio
hay que correr riesgos, tomar decisiones, evolucionar, aceptar, aprender y
sufrir pérdidas. Y nuestra
sociedad, querida Cira, no está muy preparada para eso.
Me doy cuenta de ello en muchas situaciones de la vida. Cada mañana en el metro por las
caras que observo y también por frases que escuchas a diario:
– «Mi hermano está buscando trabajo», le decía ayer una
chica a otra.
– «¿Y de qué está buscando?»
–
«De lo que le salga…»
–
«No aguanto más a mis jefes, yo creo que no se aclaran ni ellos y estoy
harto de todo, pero claro con las cosas como están, tampoco vale la pena
moverse», le decía un chico a su amigo el otro día en la cola del cine.
–
«Es que con mi horario no me da tiempo a vivir». «Yo a partir de ahora
voy a pasar de todo en el curro, hago lo que me dicen y punto». «No hay ni un cliente bueno»…
Y tantas otras frases que resumen
el hastío en el que se encuentra sumida gran parte de nuestra sociedad.
No es fácil Cira, porque la vida puede ser muy divertida, pero también muy dura
y apostar por lo que uno quiere requiere de decisiones y mucho pensar, primero para saber lo que se
quiere y después para estudiar cómo conseguirlo y no a todo el mundo le gusta
pensar. Por eso a mí me gusta la niebla.
El caso es que, por aquel entonces, yo también formé
parte de equipos de trabajo en los que no creía, tuve jefes en los que no confiaba, luché con gigantes de
ego, dediqué mucho tiempo a no pensar, dejé que la corriente de la vida me arrastrase sin
conducir el timón y me di contra muros vacíos, pero aún así no dejé de
disfrutar y de aprender prácticamente en ningún momento. Ahora me doy cuenta de que todo
aquello no fue en balde, porque siempre conservé la humildad y la capacidad de aprendizaje y te
aseguro que tanto las malas experiencias como las críticas son un tesoro.
Como siempre me gustó hacer listas, he rescatado hoy una
que quería compartir contigo. Ahora me parece algo obvia y quizá infantil, pero
la escribí hace mucho tiempo en uno de aquellos días en los que toqué fondo y
me propuse cambiar:
–
Las máscaras son preciosas, pero para el carnaval de Venecia.
– Es necesario ganar dinero con lo que haces, no queda
otra.
– Si haces algo siempre podrás recibir felicitaciones,
desprecios e indiferencias. Si no lo haces no.
– Es
necesario aprender a decir ‘no’.
– La
incertidumbre no es mala, solo tienes que acostumbrarte a vivir con ella.
– El error es valioso. A veces es la única manera de
aprender, si uno quiere.
– La
empatía no es importante, es imprescindible.
–
Los cambios son positivos, los miedos solo funcionan a veces como señales de
alarma.
–
Siempre puedes aprender algo de las personas.
– Quejarse no es malo, a no ser que siempre sean las
mismas quejas y uno nunca haga nada por cambiar las situaciones.
– A
veces uno no puede elegir qué vivir, pero sí cómo vivirlo.
–
Las verdades absolutas no existen.
–
Las personas agradecidas valen la pena.
– A las personas interesadas hay que preguntarles qué es
lo que les interesa exactamente.
En fin, que mirando atrás, hoy puedo decir que desde hace mucho tiempo soy feliz
con mi trabajo.
Pero claro, ¿qué es la felicidad? Porque ahora está muy
de moda eso de que tenemos que ser felices con todo: charlas, libros, películas
con moralejas… y parece que
la felicidad se confunda con aquello de que ‘si esto te ha tocado, vívelo lo
mejor posible’ y que ‘hay que ser feliz porque sí’. Yo creo que la cosa
está en identificar lo que no te gusta y en tomar la decisión de cambiarlo. Yo,
ya sabes que soy militante de la tristeza, la melancolía, la nostalgia y muchas
otras emociones, creo que
todas ellas son necesarias. También creo que la felicidad es algo muy personal
y que cada uno la encuentra en cosas diferentes. Pero para mí, la felicidad en mi trabajo está en que por
fin logré que mi trabajo sea mi vida, disfrutar de lo que hago, creer en lo que
hago, asumir los errores, ponerle el sentido del humor a las malas decisiones,
decidir a diario sin sentir miedos, ser humano a la vez que profesional, no
dejar de aprender, ser consciente de que las cosas se pueden cambiar, no estar
amargado, comprender que hay personas con las que no te vas a entender en la
vida y negocios que nunca van a ser rentables en ningún sentido.
Ser
consciente de la incertidumbre, de que nada es para siempre, de que todo
es relativo y de que el éxito es compañero del fracaso y la vida es riesgo…
Pero llegar hasta aquí no ha sido cuestión de suerte, ni gratuito. Para ello he tenido que trabajar bastante
y no me refiero a invertir horas en proyectos y trabajos, sino a pensar,
reflexionar, asumir cambios y despojarme de verdades y prejuicios, incluso
aprender a vivir con casi nada. Recuerdo los cosquilleos de un domingo tarde
cualquiera que despertaban a la intranquilidad por la llamada del lunes… Hace
años que no los siento. Los lunes me encantan y también los sábados y los
domingos o los jueves. Como imaginarás, ni todo es perfecto ni es cuestión de ganar de dinero, ni
tampoco de que todas las tareas que realizo me resulten súper agradables.
Como en todos los trabajos tengo cosas buenas, cosas maravillosas, cosas
regulares e incluso cosas que no me gustan demasiado. Pero eso es lo de menos,
a mí, lo que de verdad me
gusta es vivir. Por
eso disfruto de mi trabajo o de mi vida, que al fin y al cabo son la misma cosa.
Porque lo que hay ahí fuera, a veces es muy difícil de cambiar, pero el cómo le
afecte a uno es cuestión de actitud.
No
todo en la vida es trabajo, pero se trata de vivir con intensidad y de
disfrutar todo lo que hay en la vida.
Por cierto, hoy ahí fuera hay niebla. ¿Te lo he dicho ya?
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