Y
luego está la genial historia de Mark Twain, que un día contó en una entrevista que había tenido un
hermano gemelo, Bill, con quien guardaba un parecido tan enorme que nadie podía
distinguirlos, de modo que les ataban cordoncillos de colores en las muñecas para saber
quién era cada cual.
Pero un día los dejaron solos en la
bañera y el hermano se ahogó;
y, como los cordones se habían desatado, nunca se supo quién de los dos había muerto, si Bill o yo»,
explicó Twain con placidez
al reportero.
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