El nuevo Papa ha encendido lucecitas de
renovación con elocuentes gestos de humildad y bondad:
Ha
salido con un sencillo
pectoral que no es de oro y con su sotana blanca sin más adornos.
Ha
usado un lenguaje
coloquial, afable, sencillo y, lo mejor, con una sazón de buen humor.
Ha invitado a la fraternidad y a la
unión, que es lo
que más necesitan la Iglesia y el mundo.
Antes
de bendecir ha pedido a la
gente que primero oren por él, un gesto inesperado y conmovedor.
En esa
oración se ha inclinado ferviente como si no fuera el Papa, sino un creyente cualquiera.
Su sonrisa es fresca y sus ademanes
simples, es austero, humilde y cercano a los pobres.
Le
espera una ardua labor para impulsar cambios urgentes en una Iglesia de
1.200 millones de fieles,
no todos practicantes.
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