Millones de estadounidenses viven con
dolor crónico. Una revolución silenciosa está hallando nuevas formas de
tratarlos y ayudarlos a curarse.
Incluso
antes de la pandemia, uno de cada cinco estadounidenses sufría de dolor crónico.
Después de un año y medio lleno de ansiedad, pesar y un estilo de vida a menudo
sedentario, esa cifra ha aumentado.
Por
supuesto, en Estados Unidos es imposible hablar del dolor crónico (definido por
lo general como el dolor que dura más de seis meses) sin enfrentarse a otra
pandemia: la de la adicción a los opioides. Hay tan pocos tratamientos para el
dolor disponibles, que muchos pacientes ven como únicas opciones continuar con
la angustia o arriesgarse a padecer una nueva y distinta enfermedad. En 2020, más de 93.000 personas
murieron en el país por sobredosis de drogas; de estas muertes, cerca del 70
por ciento fueron causadas por opioides. Y los opioides no siempre resuelven el
dolor; solo uno de cada cuatro pacientes con dolor crónico encuentra un alivio
duradero en los analgésicos.
Algunos pacientes con dolor han
recurrido a tratamientos como la homeopatía o el reiki. O buscan en internet cualquier
crema, pulsera o hierba que prometa alivio. Los expertos se han sorprendido al ver que estos enfoques
funcionan, pero su éxito suele ser en gran medida psicológico. El dolor no
puede separarse del cerebro.
La
clave para solucionar el dolor crónico, según los expertos, es romper la compleja
interacción de los desencadenantes físicos y psicológicos conocida como el
ciclo del dolor.
Nada de esto quiere decir que el dolor
sea solo una creación de la mente. Más bien, la ciencia más reciente muestra
que hay muchas herramientas poderosas a disposición de los pacientes para tomar
el control del dolor en sus vidas… y tal vez comenzar de nuevo.
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