Casi siempre cuando
alguien se suicida lo viene pensando hace tiempos hasta que un detonador lo
impulsa a hacerlo.
Con un juicio superficial la gente cree que ese último hecho fue
la causa, pero sólo fue la
última gota de un vaso que ya estaba lleno.
El suicida no busca ayuda, se encierra, deja que se le junten muchos problemas y carece de
resiliencia.
Resiliencia es la
capacidad de manejar la adversidad, es un
poder espiritual, mental y emocional para no sucumbir.
Uno de los errores del suicida es creer que se quita la vida
cuando en realidad sólo se quita el cuerpo.
Su espíritu sale de ese cuerpo en un estado de desasosiego y
confusión que le impide trascender.
Habitualmente se queda en un plano intermedio y hay que ayudarle
con oración para que siga su camino y se una a la Luz que ve.
Al partir se da cuenta
que evadió un problema que podía superar y vuelve acá a afrontar una situación
similar, retorna a aprender lo que necesita.
En su
inmenso desvarío el suicida no soluciona nada y deja a sus seres queridos una
pesada carga de culpa, rabia y dolor.
Su espíritu sale del cuerpo en un estado de
confusión y desasosiego que le impide trascender.
Se le ayuda al hablarle con amor para que se perdone, se calme
y se unan a la amorosa Luz que ve.
Hay muchas razones para llegar al desatino de
matarse, pero siempre se
dan dos vacíos profundos: El afectivo y el espiritual.
Reflexionar sobre el suicidio puede servirte
para mejorar tus relaciones con Dios y con los otros.
Sólo en un clima de afecto sincero y espiritualidad profunda logras sortear los escollos y no sucumbes.
Cuando sólo hay sombras amenazantes ¿para qué te sirven la fama, el
dinero o las posesiones?
Nunca
coquetees con el suicidio, borra esa idea de tu mente y busca ayuda para
afrontar las crisis. El suicida vuelve acá a hacer el mismo aprendizaje
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