Cuando
el drama de la infidelidad sacude una relación lo primero que se desmorona es
la confianza en el otro y en uno mismo.
Algo
que el infiel no mide en sus graves consecuencias y
cree que con un perdón facilista todo se arregla rápido.
No
entiende que reconstruir ese tejido roto pide tiempo y
hechos que sanen una herida profunda.
De otra parte aquel que fue traicionado se hace un daño bárbaro
averiguando detalles morbosos.
Es una tortura que solo crea sospechas inútiles cuando lo que
cuenta es centrase en el ahora.
Una
infidelidad no es el hachazo final a un árbol que ha crecido en años y que aún
tiene fuerza y vida.
Con
amor, entrega y con Dios en el alma es posible seguir adelante e incluso
reforzar la relación.
Casi siempre lo mejor es buscar ayuda profesional, hacer acuerdos y reinventarse
cada día.
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