Un adolescente estaba pasando por momentos muy duros.
En su casa reinaba la discordia, su padre no dejaba de criticarlo por cualquier cosa y
su madre, por miedo a mayores enfrentamientos, no tomaba partido en esos
asuntos.
Los hermaños tampoco lo trataban bien.
Se burlaban de su apariencia, de los graños en su cara, de su forma torpe de andar
y de su tono de voz que por estar cambiando parecía más bien de gallos de media
noche.
Nadie lo tomaba en cuenta, por lo que se sentía
despreciable y su autoestima estaba por los suelos.
Esta situación empezó
afectar también su rendimiento en el colegio.
Ya no prestaba atención en clase, no hacía sus tareas y reprobaba la mayor parte de los
exámenes.
Lo peor fue que como su actitud había cambiado, sus propios amigos de toda la vida empezaron a darle
la espalda, a criticarlo y a burlarse de él.
Sólo se le acercaban quienes tenían la peor conducta del
salón.
Un profesor en particular
venía observándolo desde hacía un tiempo y finalmente decidió actúar.
Al terminar una clase le pidió que se quedara. De mala gana se sentó en la primera fila mientras
sus compañeros alborotados salían riéndose de él ya que suponían que iba a ser
castigado o por lo menos reprendido.
Un breve silencio generó un poco de tensión entre el
profesor y el joven. Entonces, lentamente el profesor sacó un billete de 100
Dólares tan nuevo que todavía no había sido doblado por primera vez.
Los ojos de su alumno empezaron a brillar, al
tanto que el profesor le decía
¿Lo quieres?, ¿quieres que te de este billete?
Si – respondió el
joven con voz baja y dubitativa
Tómalo, es tuyo
Pero cuando el joven se
levantó de su asiento para tomar el billete, el profesor continuó:
Espera un momento, déjame hacer esto – dijo mientras arrugaba todo el billete una y otra vez – Ahora si es tuyo, ¿todavía lo quieres?
Claro que lo quiero – contestó el joven con cara de extrañeza.
Se me olvidaba algo – replicó el maestro
mientras dejaba caer el billete para pisotearlo una y otra vez con sus viejos zapatos ya gastados
– Creo que así estará mejor, ¿todavía lo quieres?
– dijo finalmente mientras lo recogía del piso.
Por supuesto – dijo el joven con una media sonrisa esbozada en su rostro.
Ah, casi se me olvida lo más importante – volvió a interrumpir el maestro – Mira lo que hago ahora.
Y ante la mirada de asombro de su alumno comenzó a escupir el billete una y otra vez hasta que tuvo un aspecto baboso y desagradable.
Finalmente lo tomó con
mucho cuidado por una esquinita y levantándolo en dirección a su alumno le dijo:
Ahora si es tuyo, ¿Todavía lo quieres?
Si, por supuesto
que lo quiero – contestó con voz fuerte y
gran determinación.
¿Pero, porqué lo quieres si está todo arrugado, pisoteado
y hasta escupido?
Por qué a pesar de todo siguen siendo cien dólares – contestó de inmediato el joven.
Has aprendido bien la lección, ahora aplícala a tu vida
– y ante la sUbita
expresión de incomprensión en la cara del joven, continuó
– Al igual que el billete, cada uno de nosotros tiene un
valor que nadie nos puede arrebatar.
Tu valor como persona, como ser humano, como hijo de
Dios, no va a cambiar si otras personas
te maltratan, te humillan, te desprecian o te agreden.
Sin importar lo que te hagan o lo que otros piensen de
ti, tu valor seguirá siendo siempre el mismo.
Ahora bien, depende
exclusivamente de ti que te des cuenta de todo lo que en realidad vales, de todos los dones que tienes,
de toda la energía
positiva que vive dentro de ti, de toda la capacidad que tienes para dar y amar.
Para ello no le prestes atención a las opiniones necias y
desfavorables de quienes te rodean.
Un día despertarás y te
darás cuenta que en realidad tu vida es invalorable.
El profesor continuó
hablando sobre todas las virtudes y aspectos positivos que él veía en su
alumno.
La cara del joven había cambiado por completo, su postura encorvada se había enderezado, sus ojos
volvían a brillar y repentinamente se paró, dio las gracias y se dispuso a
salir del salón con la
actitud de quién está dispuesto a conquistar el mundo.
Pero la lección todavía no
terminaba. El profesor le dijo:
Espera un momento, toma, llévate el billete sólo para que lo guardes y puedas recordar cuánto vales cada vez que te sientas atacado o deprimido. Pero hay una condición: debes prometerme que la semana que viene me entregarás otro billete completamente nuevo de la misma denominación, así podré enseñarle esta misma lección a otros de tus compañeros que también la necesitan.
¿Lo quieres?, ¿quieres que te de este billete?
Tómalo, es tuyo
Espera un momento, déjame hacer esto – dijo mientras arrugaba todo el billete una y otra vez – Ahora si es tuyo, ¿todavía lo quieres?
Claro que lo quiero – contestó el joven con cara de extrañeza.
– Creo que así estará mejor, ¿todavía lo quieres?
– dijo finalmente mientras lo recogía del piso.
Por supuesto – dijo el joven con una media sonrisa esbozada en su rostro.
Ah, casi se me olvida lo más importante – volvió a interrumpir el maestro – Mira lo que hago ahora.
Y ante la mirada de asombro de su alumno comenzó a escupir el billete una y otra vez hasta que tuvo un aspecto baboso y desagradable.
Por qué a pesar de todo siguen siendo cien dólares – contestó de inmediato el joven.
Espera un momento, toma, llévate el billete sólo para que lo guardes y puedas recordar cuánto vales cada vez que te sientas atacado o deprimido. Pero hay una condición: debes prometerme que la semana que viene me entregarás otro billete completamente nuevo de la misma denominación, así podré enseñarle esta misma lección a otros de tus compañeros que también la necesitan.
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