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LO QUE DAMOS VUELVE A NOSOTROS

 

Aquí envío un texto, que recoge una historia real demostrativa de uno de los más ciertos principios herméticos, y una ley hermosísima que puede ser una de las claves de la evolución, de la tan ansiada y volátil felicidad, o del infornunio.
 
Aquello de que: Lo que se dá, se recibe. Según esta ley, nosotros somos como emisoras de radio, que emitimos y recibimos energía, (bibramos), y sintonizamos con los otros, con nosotros mismos, y con los acontecimientos vitales, acordes con la frecuencia en la que fluimos. Así ha de entenderse, lo de que: Lo que damos, vuelve a nosotros.
 
Efectivamente: Si lanzamos al kosmos, desarmonía, o frustración, recibiremos lo mismo, situaciones disarmónicas o frustrantes, que prorrogarán nuestro estado de sufrimiento, y anclarán nuestra evolución. El kosmos, es una caja de resonancia de nuestro propio interior, y a la vez, nuestro interior, es un reflejo de lo que viene de fuera. Todo es un círculo constante de ida y vuelta, y Nosotros somos creadores de nuestra propia realidad, porque la modelamos a golpe de nuestros propios pensamientos, sentimientos, y actitudes, pero a la vez, somos también producto de nuestras circunstancias, que condicionan nuestro modo de pensar, y nuestra actitud vital. Tengamos una actitud positivia de nosotros mismos, y aceptándonos y amandonos como somos, demos positividad al mundo, y enfrentemos la vida desde la compresión y el entusiasmo por mejorar la realidad, y así recibiremos otro tanto de ella, y vendrán a nosotros experiencias, situaciones, y personas, que nos ayuden a avanzar en esa línea de cambio constante, y de avance. Como en la historia que sigue, y aunque parezca mentira, un sólo acto, puede transformar para siempre la vida individual, y también, el curso de la historia.
 
(Principio del texto). Su nombre era Fleming, un agricultor pobre de Inglaterra. Un día, mientras trataba de ganarse la vida para su familia, escuchó a alguien pidiendo ayuda desde un pantano cercano.
 
Inmediatamente soltó sus herramientas y corrió hacia el pantano. Allí, enterrado hasta la cintura en el lodo negro, estaba un niño aterrorizado, gritando y luchando tratando de liberarse del lodo. El agricultor Fleming salvó al niño de lo que pudo ser una muerte segura, lenta y terrible. Al día siguiente, un carruaje muy pomposo llegó hasta los predios del agricultor inglés. Un noble inglés, elegantemente vestido, se bajó del vehículo y se presentó a sí mismo como el padre del niño que Fleming había salvado. - Yo quiero recompensarlo, -dijo el noble inglés-, Usted salvó la vida de mi hijo. - No, yo no puedo aceptar una recompensa por lo que hice, -respondió el agricultor inglés, rechazando la oferta-, sólo hice lo que debía. En ese momento el propio hijo del agricultor salió a la puerta de la casa de la familia. -¿Es este su hijo? preguntó el noble inglés. -Sí, -respondió el agricultor lleno de orgullo. - Le voy a proponer un trato, déjeme llevar a su hijo y ofrecerle una buena educación. Si él es parecido a su padre, crecerá hasta convertirse en un hombre del cual usted estará muy orgulloso*. El agricultor aceptó. Con el paso del tiempo, el hijo de Fleming el agricultor, se graduó en la Escuela de Medicina de St. Mary's Hospital en Londres, y se convirtió en un personaje mundialmente conocido. Algunos años después, el hijo del noble inglés, cayó enfermo de pulmonía. ¿Qué lo salvó? La Penicilina.
 
El nombre del noble inglés? Randolph Churchill. El nombre de su hijo? Sir Winston Churchill, primer ministro británico durante la II Guerra mundial, y uno de los artífices de la resistencia inglesa, y del fin del nazismo. El nombre del hijo del agricultor, Alexander Fleming, descubridor de la penicilina. Un sólo acto insignificante, cambió la hostoria de la Humanidad. (fin de texto)
 
No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. "El Principito".
 


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