Este
artículo podría ir dirigido a los padres. Padres deseosos de disfrutar de sus
hijos, pasar tiempo con ellos; padres entregados, que juegan, que cambian
pañales y educan igual que lo hacen las madres.
Pero los cambios sociales, profesionales y de papeles que
ha protagonizado la mujer en estas últimas décadas y cómo esos cambios han
impactado en la maternidad merecen un artículo solo para ellas. Piense durante
unos segundos en el concepto de madre, no en la suya, ni en la mejor o peor
madre del mundo que pueda conocer.
Solo
recapacite sobre lo que significa y lo que asociamos con “ser madre”. Imagino
que le vienen a la cabeza ideas como “amor incondicional, abnegación,
dedicación, ternura, cobijo, renuncia, satisfacción, plenitud, realización
personal, vida, entrega, estar siempre ahí, lealtad, sumisión…”. Y un sinfín de
palabras relacionadas con darlo todo por alguien.
Ese es el concepto con el que nos hemos educado. La madre
es esa persona incondicional que nunca le va a fallar. Esa persona capaz de
renunciar a todo para que usted esté bien, la que espera con paciencia, la que
siempre tiene una palabra de apoyo para animar o la que le presta su hombro
para que llore cuando lo necesite.
Este juicio de madre viene de cuando las mujeres se
educaban en no tener más ambición que ser buenas esposas, mujeres, educadoras y
transmisoras de valores; cuando solo se dedicaban a cuidar y organizar el
hogar, coser, hacer coletas, quitar piojos, guisar, limpiar o dirigir a la que
limpiaba en casa.
Había
excepciones, por supuesto, como Marie Curie, física, matemática, química, madre
de dos hijas y galardonada con dos premios Nobel, pero no era la regla general.
Pero
los tiempos han cambiado. Muchas abuelas dicen: “Qué difícil lo tienen ahora
para triunfar”. Ya no basta con tener hijos impolutos, buenos estudiantes y
educados.
Triunfar hoy día para la mujer implica ser buena madre,
una brillante profesional; conseguir tener un grupo de amigas; aprender a ser
independiente a nivel emocional y económico; tener su parcela para leer, hacer
ejercicio y practicar aficiones; entrar en una talla 40 el resto de su vida;
tener al lado a un hombre que valore su esfuerzo, su trabajo, le quiera tal y
como es, sea cariñoso y comprensivo, y sepa compaginar con usted las tareas
domésticas y la educación de los hijos.
Demasiados roles, exigencias y expectativas altísimas,
que al final llevan a replicar el modelo de “mujeres orquesta” que tienen la
sensación de estar en todo sin llegar a nada. Y cuando usted cree que no está
cumpliendo a la perfección con la prioridad entre todas sus actividades, que
suele ser la atención de sus hijos, se valora a sí misma de forma negativa. Hay
madres que se creen “malas madres” por no cumplir con sus expectativas o las
que impone la sociedad.
No
puntúe su valía como madre en función de la cantidad de tiempo que dedica a los
niños. Lo que debe valorar y a lo que debe dedicar atención es a la calidad de
las relaciones y el vínculo con sus hijos.
Tampoco se le ocurra sentirse culpable por compaginar su
maternidad con su labor como profesional, por dedicar tiempo a salir a correr o
querer leer un libro a solas y tranquila en el sillón. Sus hijos serán más
felices si su madre se siente satisfecha, plena y profesionalmente realizada.
No se engañe convenciéndose de que ser madre es suficiente para sentirse
completa.
Si
consigue compaginar su trabajo, su pareja, su vida social, el tiempo que se
dedica a sí misma y el de los hijos, será más feliz que si vive de forma
abnegada y con sacrificio la relación con los niños. Le propongo estas ideas:
Proteja a sus hijos con consejos, con argumentos,
guiando, educando en valores, delimitándoles el bien del mal. Pero deje que
ellos tomen decisiones, se caigan y se levanten. No sobreproteja. No es mejor
madre por quitarles los peligros del medio.
Los baches van a estar siempre ahí, esté usted con ellos
o no lo esté. No les puede quitar la piedra, solo tiene que enseñarles a torear
con ella. No se sienta responsable de sus fracasos. Tienen que equivocarse,
tomar decisiones y lidiar con la frustración.
Muchas
madres tratan de ayudar para evitar la frustración de sus hijos. Les acaban los
trabajos del colegio, les recogen la habitación, les llevan la ropa de deporte
que olvidaron en casa… Con ello educamos en la irresponsabilidad, en que no
asuman las consecuencias de ser despistados, poco organizados o perezosos. No
se amargue si su hijo lo pasa mal, ya aprenderá.
No
trate de compensar el tiempo que no puede pasar con ellos comprándoles cosas.
No hay nada que compensar. Trabajar y tener aficiones
forma parte de la plenitud de una persona, y usted es madre y también es
persona. Trate solo de estar presente cuando dedique tiempo a sus hijos.
Eso significa comunicación, escuchar, no coger el móvil
mientras está jugando, comiendo o viendo una película con ellos. Tiene que ver
con disfrutar plenamente lo que en ese momento está viviendo con ellos. Si el
tiempo que pasa con sus hijos está pensando en que tiene correos pendientes de
contestar y cuando está en el trabajo piensa que no es buena madre por no poder
dedicarles más tiempo a los niños, nunca estará realmente en ninguno de los dos
sitios.
Además,
los niños no valoran tanto los regalos como los padres imaginamos. Lo que
valoran es que cuando usted esté con ellos les dedique toda su atención.
Haga
respetar su tiempo.
No es mala madre por tener un tiempo para usted. Utilizar
el cuarto de baño sola y con pestillo, leer un rato sin que la interrumpan con
voces desde otra habitación, practicar su deporte o mantener una conversación
privada con quien desee sin tener a su hijo persiguiéndola por la casa. Si
educamos a los hijos estando siempre disponibles cada vez que nos busquen,
entenderán que ellos merecen siempre nuestra atención y sus necesidades se
convertirán en exigencias. Incúlqueles la paciencia, saber esperar, que existen
otras personas que también demandan nuestra atención.
No
renuncie a una cena romántica
No renuncie a una cena romántica, a un paseo con su amor
o a estar momentos a solas con su marido o con amigos. Es muy frecuente ver
cómo parejas que tienen hijos terminan durmiendo con ellos en la cama, haciendo
todo absolutamente con los niños. La complicidad de la pareja termina por
desaparecer, incluso el romanticismo. Son parejas que entienden que sus retoños
se lo merecen todo y que ser padres es abnegación. Pero el tiempo es cuestión
de matemáticas: si dedica 24 horas a los hijos, le quedan cero para estar a
solas, hablar de temas de mayores, ver películas que no sean dibujos animados y
besarse con pasión.
Busque
un día a la semana para dedicárselo a su pareja y desconecte de biberones,
pañales, deberes o momentos adolescentes.
Recuerde
darse valor no solo por la relación que mantiene con sus hijos. Usted tiene
valía por muchas otras cosas. Es grande, brillante, imperfecta, graciosa, cariñosa,
organizada, lectora, buena amiga, paciente y muchas otras virtudes que pueden
tener que ver o no con la idea de ser madre.
No todo lo que les ocurre a sus hijos es responsabilidad
suya. No se sienta mal si el niño se lleva la bronca de la profesora, si tiene
un conflicto con un amigo o si no tiene éxito jugando a un deporte. Enséñele a
pedir perdón, a resolver problemas, a ser reflexivo, pero no se responsabilice
de todo lo que hace y dice su hijo. Los padres educamos, pero los hijos también
copian modelos de conducta de lo que ven en la televisión, de lo que leen, de
lo que ven en sus amigos, maestros y entrenadores.
Están
continuamente expuestos a otras fuentes de información. Sí es su
responsabilidad saber en qué equipo juega y qué valores hay en el club, la
elección del colegio, conocer los amigos con los que sale y ser consciente de
qué programas ve en la tele. Pero no todo podrá estar bajo su control. Trate de
fomentar la comunicación y el respeto y genere confianza para que sus hijos
hablen de todo
No
hay manera de ser una madre perfecta, hay un millón de maneras de ser una buena
madre – Jill Churchill
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