Se
trata de un trastorno alimenticio bastante menos conocido que la anorexia
nerviosa, la bulimia o el trastorno por atracón pero con idénticas y
nefastas consecuencias para la salud.
La
megarexia representa el lado opuesto de la anorexia: las personas que la sufren se
ven a sí mismas sanas y delgadas cuando en realidad padecen obesidad.
Su distorsión del esquema corporal, tan común en los
trastornos relativos a la alimentación, les lleva a sentirse satisfechos y orgullosos de su físico
(opinan que el exceso de peso es sinónimo de fuerza y vitalidad), por lo que no siguen ningún tipo de dieta,
no hacen ejercicio y
suelen llevar hábitos de vida poco saludables, incluyendo la ingesta de
una gran cantidad de alimentos con “calorías vacías” (bollería industrial,
patatas fritas, golosinas, dulces, comida precocinada...) cada día de la
semana, lo que conduce, con el tiempo a tener una grave y preocupante carencia
de vitaminas o minerales.
Como
mínimo puede llevar al paciente a padecer anemia, pero también puede causar la
muerte.
El déficit de nutrientes provoca una alteración en la
bioquímica del cerebro (como en la anorexia), por lo que los megaréxicos no son conscientes de que
padecen una enfermedad. Además, teniendo en cuenta que la obesidad es una
enfermedad en ascenso en la actualidad, es posible que existan muchos individuos con sobrepeso
que sean megaréxicos no diagnosticados y que acaben convirtiéndose en
obesos.
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