Nos expresamos sobre la comida de forma negativa: lo que no debemos comer, de lo que nos arrepentiremos después, lo que es malo, peligrosamente tentador y no saludable.
Los efectos de esa actitud son más traicioneros cantidad de lo que podría causarnos cualquier exceso de “mala comida”. Al preocuparnos por la comida, convertimos momentos de comodidad y dicha en fuentes de miedo y ansiedad . Además, cuando evitamos ciertos alimentos, solemos consumir mucho más de otros para compensar.
Todo esto sucede bajo el disfraz de la ciencia . Sin embargo, una mirada más profunda a la investigación detrás de nuestros miedos alimentarios nos revela que muchos de los alimentos más satanizados, de hecho, no nos hacen daño . Si nos vamos a los extremos, por supuesto, nuestras decisiones nutricionales sí pueden dañarnos; sin embargo, esta lógica es aplicable en ambas direcciones .
Tomemos como ejemplo la sal . Es verdad que si la gente con alta presion arterial consume mucha sal, puede sufrir problemas cardiovasculares, como infartos. También es verdad que la sal se usa en exceso en los alimentos procesados . Sin embargo, el estadounidense promedio solo consume un poco más de tres gramos de sodio al día, lo que de hecho es la cantidad ideal para la salud.
Consumir muy poca sal podría ser tan peligroso como ingerir mucha . Lo cual es cierto para la mayoria de la gente que no sufre de presion arterial alta. No obstante, los expertos resultan recomendando un bajo consumo.
Muchos
de los doctores y nutriólogos que recomiendan evitar ciertos alimentos no
explican apropiadamente la magnitud de los riesgos. En algunos estudios,
la carne roja procesada en grandes
cantidades está asociada con el aumento del riesgo relativo de desarrollar
cáncer. El riesgo absoluto, sin embargo, casi siempre es muy pequeño. Si como una porción extra de
tocino al día, todos los días, mi riesgo en la vida de presentar cáncer de
colon subirá un poco menos de la mitad del uno por ciento. Incluso así,
es debatible.
Sin embargo, nos hemos vuelto cada vez más propensos a aceptar las razones para
evitar ciertos alimentos. Cuando el pánico del día se disuelve,
encontramos otro donde
enfocar nuestros miedos. Satanizamos las grasas. Después el colesterol. Finalmente, la carne.
En años recientes, el gluten se convirtió en el enemigo para algunas
personas, incluso cuando el trigo representa casi el 20 por ciento de las
calorías que se consumen en todo el mundo, más que cualquier otro alimento.
Menos del uno por ciento de la gente en Estados Unidos sufre de alergia al trigo y menos del uno por
ciento tiene la enfermedad celíaca, un trastorno autoinmune que obliga a
los enfermos a abstenerse de ingerir gluten. La sensibilidad al gluten (el padecimiento que provoca
que muchos estadounidenses se abstengan de comerlo) no está bien definido y la
mayoría de la gente que se autodiagnostica no reúne todos los requisitos.
No obstante, al menos uno de cada cinco estadounidenses prefiere alimentos libres de
gluten de forma habitual, según una encuesta de 2015. La venta de productos
etiquetados como libres de gluten aumentó a 23.000 millones de dólares
en todo el mundo en 2014, en contraste con los 11.500 millones de dólares
mundiales en 2010.
Las dietas
sin gluten pueden ocasionar el déficit de nutrientes como la vitamina B, el
ácido fólico y el hierro. Comparados con los bagels regulares, los que
carecen de gluten pueden tener un 25 por ciento más de calorías, dos y media
veces más grasa, la mitad de la fibra y el doble de azúcar. Además, también son más caros.
El jaleo alrededor del gluten se parece al pánico por el
GMS, o glutamato monosódico, que
comenzó más o menos hace cincuenta años y que aún no desaparece del todo.
El GMS no es más que un átomo de sodio añadido al ácido glutámico, un
aminoácido que es la parte
clave del mecanismo para que nuestras células produzcan energía. Sin él,
toda la vida que depende del oxígeno tal como la conocemos desaparecería.
Una carta de 1968 en The New England Journal of Medicine
comenzó la histeria; el
escritor dijo haber sentido entumecimiento, debilidad y palpitaciones después
de comer en un restaurante chino. A eso le siguieron algunos estudios
limitados, junto con una avalancha de artículos noticiosos. En poco tiempo, los
expertos en nutrición y los defensores de los consumidores como Ralph Nader
pedían la prohibición del GMS. La Administración de Alimentos y Medicamentos nunca tuvo que hacer
nada; las empresas de la industria alimenticia simplemente eliminaron el GMS de
forma voluntaria.
Mucha gente todavía cree equivocadamente que el GMS es
veneno. Ciertamente, no necesitamos GMS en nuestra dieta, pero tampoco
necesitamos gastar energía para evitarlo. Nuestra aversión solo muestra cuán propensos somos a malinterpretar
investigaciones científicas y cuán lentos para actualizar nuestras ideas cuando
tenemos a nuestro alcance mejores investigaciones. No hay evidencia de
gente que padezca de manera desproporcionada las afectaciones —que ahora
también van desde dolores de cabeza hasta asma— que las culturas anti-GMS
suelen asociar con este ingrediente. En estudios en todo el mundo, el caso contra el GMS simplemente no se
sostiene.
Muchas veces no pensamos de manera crítica ante la
evidencia científica. Los organismos
modificados genéticamente (OMG) son quizá el mejor ejemplo.
Los OMG son, en teoría, una de nuestras mejores
alternativas para alimentar a la creciente población del planeta. Cuando una encuesta en 2015 les
preguntó a los estadounidenses si pensaban que ingerir alimentos modificados
era seguro o inseguro, casi el 60 por ciento dijo que era inseguro. La
misma encuesta les hizo la misma pregunta a los científicos de la Asociación
Estadounidense para el Avance de la Ciencia. Solo el 11 por ciento de ellos pensaba que los OMG eran
inseguros.
A la mayoría de los estadounidenses, al menos según esa
consulta, no parece importarle lo que piensan los científicos. De hecho, los estadounidenses están en
desacuerdo con los científicos sobre este asunto más que con cualquier otro, lo
que incluye un montón de temas conflictivos como las vacunas, la evolución e
incluso el calentamiento global.
¿Si la gente quiere evitar alimentos, incluso cuando no
hay razones para hacerlo, se trata realmente de un problema?
La
respuesta es sí, porque convierte a la comida en algo siniestro. Y
tenerle miedo a lo que comemos sin razones reales es anticientífico y forma parte de la peligrosa
tendencia en contra de la intelectualidad a la que nos enfrentamos en muchos
lugares hoy en día.
La
comida debería ser causa de placer, no de pánico. Para la mayoría de la
gente, es muy posible comer de manera más saludable sin vivir aterrorizada o batallando para evitar
completamente ciertos alimentos. Si hay algo que deberías eliminar de tu dieta, es el
miedo.
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