El
antídoto para el veneno del orgullo es la humildad: la humildad que nos
permite darnos cuenta de que no somos una isla, de que la calidad de nuestra vida está unida a la
calidad de la vida de los demás, de que lo que tiene sentido no es
consumir y competir sino contribuir, ayudar, cooperar y compartir.
No nos regimos por nuestra propia ley, ni somos los “dueños de la verdad” y
cuanto más valoremos los principios correctos y a la gente, más profunda será
nuestra paz interior.
Ten FE.
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