Todo
ser humano tiene una fuente de creatividad inagotable, pero la educación que
hemos recibido cerró el grifo. Así que pasamos “sed” disponiendo de todo
un manantial, y nos dedicamos, como quien compra una botella de agua mineral, a
pagar por la creatividad de otros.
¿Cómo
podemos abrir ese grifo? No lo conseguiremos con el esfuerzo de la
mente, sino situándonos en
la fuente de nuestra propia abundancia: el corazón. Éste no tiene miedo
a dar porque se siente conectado con todo lo que hay, por eso nuestros sueños
se gestan en él. El
corazón es su perfecta cuna, porque asegura poderlos entregar y a la vez
sentirnos más ricos.
Un
sueño no es una necesidad a cubrir, sino algo destinado a regalarse, por
eso no nace sólo en el corazón de un solo individuo, sino también en los
corazones de los que lo van a recibir. La verdadera generosidad lo es tanto en
el dar como en el recibir.
La vida
fluye sintiendo esa fluidez en nosotros, no pensando en fluir; por eso
sólo leer libros y asistir a cursos de crecimiento personal no asegura nada. La clave está en conectar con
nuestro propio manantial, presentirlo, olerlo…
Cuando observamos el mundo desde sólo la necesidad,
separados de la fuente, las soluciones evidentes, las más sencillas, se escapan
a nuestra mirada. Así es muy corriente oír en un medio de comunicación a un
“experto” negar la posibilidad de algo, mientras en otro lugar del mundo otra
persona, un creador, ya está disfrutándolo en su vida.
Lo
bueno de buscar en el interior nuestros sueños es que esa búsqueda termina
conectándonos con nuestro manantial infinito de creatividad. En el
camino nos encontramos con todos los obstáculos de nuestras creencias
limitantes, algunos sólo los podemos superar desde el corazón, ahí está la
clave que convierte a nuestro andar en camino y no laberinto.
Preparaos
a disfrutar de un agua fresca, limpia y cristalina, la evidencia de que
proviene de un auténtico manantial natural: nuestros sueños
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