En nuestra travesía por la vida, nos encontramos con momentos de prueba que nos desafían en lo más profundo de nuestro ser. La enfermedad, un misterio que a menudo nos desconcierta, se presenta como uno de esos momentos cruciales en los que nuestras almas son sometidas a una intensa reflexión. Nos preguntamos, con humildad y anhelo de comprensión, ¿para qué llega la enfermedad a nuestras vidas?
En el corazón de esta cuestión, encontramos la oportunidad de crecer, de fortalecernos en la adversidad y de acercarnos a nuestra fe con una confianza renovada. La enfermedad nos llama a mirar más allá de la fragilidad de nuestro cuerpo y a contemplar la inmensidad de nuestra espiritualidad. Es un recordatorio tangible de la impermanencia de la vida terrenal y de la necesidad de dirigir nuestra mirada hacia lo eterno.
En medio del sufrimiento físico y emocional, la enfermedad nos invita a buscar consuelo en nuestra fe, a sumergirnos en la oración y a encontrar refugio en la presencia amorosa de Dios. Nos recuerda que somos seres vulnerables, pero también nos anima a reconocer la fortaleza interior que solo puede emerger cuando confiamos en el plan divino que se despliega ante nosotros.
Así como Jesús sanó a los enfermos durante su tiempo en la Tierra, la enfermedad nos ofrece la oportunidad de experimentar la sanación en un sentido más profundo. No siempre se trata de la curación física inmediata, sino de una curación espiritual que nos acerca a Dios, nos reconcilia con nosotros mismos y nos permite abrazar la esperanza incluso en medio de la oscuridad.
La enfermedad también nos llama a practicar la compasión, a empatizar con aquellos que sufren y a tender una mano solidaria. En esos momentos de debilidad, descubrimos la fuerza de la comunidad y la gracia de compartir cargas, siguiendo el ejemplo de Cristo que cargó con nuestras aflicciones.
En última instancia, la llegada de la enfermedad puede ser un llamado a la transformación interior. Nos desafía a examinar nuestras prioridades, a apreciar la fragilidad de la vida y a abrazar con gratitud cada momento presente. Que en medio de la enfermedad, encontremos la luz de la fe que ilumina nuestro camino, la fuerza para atravesar la oscuridad y la certeza de que, incluso en los momentos más difíciles, la mano amorosa de Dios nos sostiene con ternura y compasión. Amén.
REFLEXION
Los sabios nos invitan a ver la
enfermedad como una maestra, hacerse preguntas y tomar conciencia:
- ¿Cuáles eran mis pensamientos, temas
o fantasías cuando surgió el síntoma? ¿Cuál mi
estado de ánimo?
-
Un síntoma manifiesta una
zona reprimida, hechos reprimidos, desechados y minusvalorados.
-
Las toxinas acumuladas en el cuerpo son indicio de conflictos en la mente.
Un síntoma pide cambios de conducta y corrige desequilibrios:
- El hiperactivo es obligado a
descansar, el superdinámico es inmovilizado, el comunicativo es silenciado.
- Un síntoma te impide hacer lo que te
gustaría hacer o
te obliga a hacer lo que no quieres hacer.
- Toda enfermedad tiene un propósito: pide cambios en la conducta: Obligarte a vivir mejor.
-
Hazte dos preguntas: ¿Qué
me impide este síntoma?, ¿Qué me impone este síntoma?
Así sabrás para qué llegó la
enfermedad.
Un síntoma pide cambios de conducta y corrige desequilibrios:
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