El ser humano siempre se ha visto asediado por un miedo que asusta con
múltiples caras de pesadilla: Miedo a la soledad, a la muerte, al fracaso, a
una quiebra, a la enfermedad, a la vejez, a las alturas, al vacío y miedo al
mismo éxito.
Pero hay un miedo que hoy cierra herméticamente hasta los
corazones más jóvenes: el miedo al amor.
“Yo me quedo solo”, “no me caso para sufrir”,
“no hay hombres”, dicen ellas”, “ellas solo quieren mandar”, dicen ellos.
Es un miedo a ser lastimados y a aumentar la
ingrata lista de relaciones desechables que hoy abundan.
Diversos siquiatras y sicólogos aseguran que el miedo al
compromiso es una constante del mundo postmoderno.
En buena medida ese miedo tiene su raíz en el cambio radical que
siguen viviendo las mujeres, los hombres y sus relaciones.
El molde de antes se rompió, el nuevo está
aún en ciernes y en el
interior reinan la incertidumbre y el temor a fracasar.
El miedo al amor pide cambios internos, una fe muy fuerte y algo que
cuesta: aceptar sentirse vulnerable.
Un sabio decía que nunca se pierde cuando se ama y que solo se pierde cuando se deja de
amar.
Pero, ¿qué es amar? Acá es donde hay que abrir la mente
y el corazón porque somos analfabetos afectivos.
Erich Fromm tiene razón cuando dice en su
estupendo libro El arte de amar que el amor es raro y escaso.
Hay muchos sucedáneos o sustitutos del amor y,
por lo mismo, el fracaso
no es del amor sino de lo que se llama amor sin serlo.
A veces el miedo al amor es un miedo a la propia incapacidad de
darse y dar de un
modo incondicional.
Ese miedo cede al acabar con varios mitos: el amor no es para siempre, no
es exclusivo y no lo puede todo.
Atrévete a amar aunque veas al lado muchas relaciones rotas y otras
temporales. También existen las que perduran.
Sin soñar con lo perfecto puedes confiar donde hay entrega, verdad,
admiración, humor, tolerancia, compromiso, libertad y perdón.
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