Estas son las mejores
frases del libro CIEN AÑOS DE SOLEDAD,
novela publicada en 1967 por el escritor colombiano Gabriel García
Márquez, ganador en 1982 del Premio Nobel de Literatura.
Se trata de una de las obras más representativas del realismo mágico.
Tras su publicación ha sido traducida a más de 37 idiomas y ha vendido más de
37 millones de copias:
El mundo era tan reciente,
que muchas cosas carecían
de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
Está comprobado que el demonio tiene propiedades
sulfúricas, y esto no es más que un poco de solimán.
Todavía no tenemos un
muerto. Uno no es de
ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.
Estaba entre la multitud
que presenciaba el triste
espectáculo del hombre que se convirtió en víbora por desobedecer a sus padres.
Fascinado por una realidad
inmediata que entonces le resultó más fantástica que el vasto universo de su
imaginación, perdió todo
interés por el laboratorio de alquimia…
La adolescencia le había quitado la dulzura de la voz y le había vuelto
silencioso y definitivamente solitario, pero en
cambio le había restituido la expresión intensa que tuvo en los años al nacer.
En todas las casas se
habían escrito claves para memorizar los objetos y sentimientos. Pero el
sistema exigía tanta vigilancia y fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad
imaginaria…
Entonces sacó el dinero
acumulado en largos años de dura labor, adquirió compromisos con sus clientes,
y emprendió la ampliación de la casa.
De eso vivía. Le había dado sesenta y cinco veces la vuelta al mundo,
enrolado en una tripulación de marineros apátridas.
Se disparó un tiro de
pistola en el pecho y el
proyectil le salió por la espalda sin lastimar ningún centro vital. Lo
único que quedó de todo eso fue
una calle con su nombre en Macondo.
Eran imágenes de enamorados en parques solitarios, con viñetas de corazones flechados y cintas doradas sostenidas por
palomas.
La guerra, que hasta
entonces no había sido más
que una palabra para designar una circunstancia vaga y remota, se concertó
en una realidad dramática.
En realidad no le importaba la muerte, sino la vida, y por eso la sensación que experimentó cuando
pronunciaron la sentencia
no fue una sensación de miedo sino de nostalgia.
Entonces desapareció el
resplandor de aluminio del amanecer, y volvió a verse a sí mismo, muy niño, con pantalones cortos
y un lazo en el cuello, y vio a su padre en una tarde espléndida
conduciéndolo al interior de la carpa, y vio el hielo.
Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de
una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con
palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro.
Su cabeza, ahora con
entradas profundas, parecía
horneada a fuego lento. Su rostro cuarteado por la sal del Caribe había
adquirido una dureza metálica. Estaba preservado contra la vejez inminente por un una vitalidad que
tenía algo que ver con la frialdad de las entrañas.
Pero no olviden que mientras Dios nos dé vida,
nosotras seguiremos siendo madres, y por muy revolucionarios que sean tenemos derecho de bajarles los
pantalones y darles una cueriza a la primera falta de respeto.
Cuando salió el aire azul de
neblina, el rostro se le humedeció como en otro amanecer del pasado, y sólo entonces comprendió por qué había
dispuesto que la sentencia se cumpliera en el patio, y no en el muro del
cementerio.
Terminó por perder toda contacto con la guerra. Lo que en otro tiempo fue una actividad real, una
pasión irresistible de su juventud, se convirtió para él en una referencia remota: un vacío.
Sólo él sabía entonces que su aturdido corazón estaba
condenado para siempre a la incertidumbre.
La embriaguez del poder empezó a descomponerse en ráfagas de desazón.
Pero cuando se conoció la
proximidad del armisticio y se pensó que él regresaba otra vez convertido en un ser humano,
rescatado por fin para el corazón de los suyos, los afectos familiares
aletargados por tanto tiempo renacieron con más fuerza que nunca.
En un instante descubrió los arañazos, los verdugones, las mataduras,
las úlceras y cicatrices que había dejado en ella más de medio siglo de vida
cotidiana, y comprobó que esos
estragos no suscitaban en él ni siquiera un sentimiento de piedad. Hizo entonces un último esfuerzo
para buscar en su corazón el sitio donde se le había podrido los afectos, y no
pudo encontrarlo.
Aunque después de tantos años de guerra
debían parecerle familiares, esta vez experimentó el mismo desaliento en las
rodillas, y el mismo cabrilleo de la piel que había experimentado en su
juventud en presencia de una mujer desnuda.
Lo que pasa es que el mundo se va acabando poco a
poco y ya no vienen esas cosas.
Nadie debe conocer su
sentido mientras no hayan cumplido cien años.
Como todas las cosas buenas
que les ocurrieron en su larga vida, aquella fortuna desmandada tuvo origen en la casualidad.
Le exasperaban sus tazones
de café a las cinco, el desorden de su taller, su manta deshilachada y su costumbre de sentarse en la
puerta de la calle al atardecer.
Demasiado tarde me convezco
que te habría hecho un
gran favor si te hubiera dejado fusilar.
El inocente tren amarillo
que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y
tantos cambios, calamidades y
nostalgias había de llevar a Macondo.
Lo asombroso de su instinto
simplificador era que mientras más se desembarazaba de la moda buscando la comodidad,
más perturbadora resultaba
su belleza increíble y más provocador su comportamiento con los hombres.
Abre bien los ojos. Con cualquiera de ellos, los
hijos te saldrán con cola de puerco.
La única diferencia actual entre liberales y conservadores, es que los
liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho.
Fue entonces cuando se le ocurrió que su torpeza no
era la primera victoria de la decrepitud y la oscuridad, sino una falla
del tiempo.
El prestigio de su
desmandada voracidad, de
su inmensa capacidad de despilfarro, de su hospitalidad sin precedente, rebasó
los límites de la ciénaga y atrajo a los glotones mejor calificados del
litoral.
La vida se le iba en bordar el sudario. Se hubiera dicho que bordaba durante el día y desbordaba en la noche,
y no con esperanza de derrotar en esa forma la soledad, sino todo lo contrario,
para sustentarla.
El mundo se redujo en la superficie de su piel, y el interior quedó a
salvo de toda amargura.
Los chorros de agua triste que caían sobre el ataúd iban ensopando la
bandera que le habían puesto encima, y que era en realidad la bandera sucia de
sangre y de pólvora, repudiada por los veteranos más dignos.
En sus últimos años se les ocurrió sustituir los números por adivinanzas, de modo que el premio se repartiera entre todos lo que acertaran,
pero el sistema resultó ser tan complicado y se prestaba a tantas suspicacias,
que desistieron a la segunda tentativa.
La última vez que la habían
ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los
ciento quince y los ciento venitidós años.
En realidad, su hábito
pernicioso de no llamar las cosas por su nombre había dado origen a una nueva confusión, pues lo
único que encontraron los cirujanos telepáticos fue un descendimiento del útero que podía corregirse con
el uso de un pesario.
En el tumulto de última
hora, los borrachitos que los sacaron de la casa confundieron los ataúdes y los enterraron en tumbas
equivocadas.
Más que una librería,
aquella parecía un basurero de libros usados, puestos en desorden en los
estantes que debieron
destinarse a los pasadizos.
El pueblo había llegado a tales extremos de inactividad, que cuando
Gabriel ganó el concurso y se fue a París con dos mudas de ropa, un par de
zapatos y las obras completas de Rabelais, tuvo que hacer señas al maquinista
para que el tren se detuviera a recogerlo.
Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones de almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos.
Los había visto al pasar,
sentados en las salas con la mirada absorta y los brazos cruzados, sintiendo
transcurrir un tiempo entero, un tiempo sin desbravar, porque era inútil dividirlo en meses y años, y los
días en horas, cuando no podía hacerse nada más que contemplar la lluvia.
Escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que buscando el
interés encontró el amor, porque
tratando de que ella lo quisiera terminó por quererla.
La búsqueda de las cosas
perdidas está entorpecida
por los hábitos rutinarios, y es por eso que cuesta tanto trabajo
encontrarlas.
Elaboró el plan con tanto
odio que la estremeció la idea de que lo habría hecho de igual modo si hubiera sido con amor.
No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la
literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la
gente.
Había necesitado muchos años de sufrimiento y miseria para conquistar
los privilegios de la soledad, y no estaba
dispuesta a renunciar a ellos a cambio de una vejez perturbada por los falsos
encantos de la misericordia.
Había perdido en la espera la fuerza de los muslos, la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la
locura del corazón.
No entendía cómo se llegaba
al extremo de hacer una
guerra por cosas que no podían tocarse con las manos.
La soledad le había seleccionado los recuerdos, y había incinerado los entorpecedores montones de
basura nostálgica que la
vida había acumulado en su corazón, y había purificado, magnificado y
eternizado los otros, los
más amargos.
Había tenido que promover
treinta y dos guerras, y violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse
como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta años de retraso los
privilegios de la simplicidad.
Solamente entonces
comprendió que el
aislamiento más absoluto es el de la soledad
La soledad era un mar de
aire y el hombre un pez
sin aire
Los días transcurrían como los años y los años como los siglos
La soledad es de una dulzura tan peligrosa como el amor
Es el tiempo lo que pasa, pero es la memoria la que lo
detiene
Los sueños eran la única vía de escape de la realidad
La vida es una cosa tan
absurda que no sé por qué
no se acaba sola
El tiempo es el mejor maestro, pero mataría a sus alumnos
La alegría es un perfume
que se derrama y se pierde, pero
la tristeza es un tesoro que se guarda y se conserva
Lo único que no se puede renunciar es a
la esperanza
La soledad es el precio que pagamos por la independencia
La vida es una sucesión de problemas que se van resolviendo, hasta que
llega el último, que es el que no se resuelve
La soledad es el precio que hay que pagar por la
libertad
La soledad es la compañía más segura
La soledad es el único
tesoro que no se comparte
La soledad es el lugar más
oscuro de la noche
La soledad es el riesgo más grande que
corre el hombre
La soledad es el refugio más seguro del
mundo
La soledad es el único
lugar donde se puede estar
a solas con uno mismo
La soledad es el precio que hay que pagar
por la verdad
Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones de almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos.
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