En 1831 murió en el Japón un sabio y poeta zen llamado Ryokan, quien
también fue un eminente calígrafo.
Aún hoy son muy apreciados los poemas y dichos de
este hombre bondadoso, alegre y compasivo.
Vivió solo en las montañas pero también iba a las aldeas, jugaba con los niños y siempre irradiaba amor.
“Cuando Ryokan viene a visitarme es como si la primavera hubiese
llegado”, dijo uno de sus amigos.
Y esa misma persona agregó algo que ojalá
digan de ti: “Es puro por
naturaleza y carece de duplicidad y de mañas”.
Cuentan que nunca se enojaba ni permitía que se criticara a los demás en su
presencia.
Cierto día un rico samurai le ofreció un
hogar y él escribió en una hoja: “El viento me regala suficientes hojas para hacer fuego”.
El samurai entendió y se fue con una hermosa lección del desapego
que da paz y libertad.
Nota: Ryokan (1758-1831) fue un monje japonés de la secta Soto del Zen
y uno de los poetas más amados de Oriente. La sencillez y la naturalidad
caracterizan su vida y su obra. Vivió en una ermita
solitaria, dedicado a la mendicidad, a la práctica del Zen y a la
poesía. Daigu Ryokan (Ryokan el Gran Tonto)
fue su nombre literario.
De Ryokan afirma Alan W. Watts en El Camino del Zen: “En cierto
sentido, Ryokan es un San Francisco de Asís japonés, aunque mucho menos
evidentemente religioso.
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