Todos
en distintos momentos afrontamos serias pruebas y nos topamos con un duende
llamado dolor.
De
pronto, sin avizorarlo, estamos presos en un oscuro laberinto, con el corazón roto y la fe vacilante.
No
entendemos porqué, estamos atribulados y nos preguntamos: ¿por qué esta pena si soy un ser
bueno?
No
hay respuestas y entonces necesitamos mirar al lado y ver
que lo mismo sufren o han sufrido millones.
El ejemplo más claro es el de dos seres tan
puros y amorosos ante una cruz, como Jeshua y su amada madre María.
La verdad es que antes de encarnar elegimos arduos aprendizajes
para poder practicar las lecciones del amor.
Solo
se practica perdón si hay agravios, desapego si hay pérdidas,
resiliencia ante los
golpes, y aceptación
ante lo que se ve como inaceptable.
No hay injusticias, y siempre salimos avante apoyados en el amor,
afianzando la fe,
unidos a los que nos aman,
y con una serena paciencia.
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