Sus contemporáneos llamaban a Miguel
Ángel “El Divino” y admiraban su genio como escultor y pintor.
Nació
en 1475, su madre lo dejó huérfano de solo seis años y quedó al cuidado de una familia
de picapedreros.
Le
costó mucho convencer a su padre que lo dejara ser artista, un oficio poco
valorado entonces.
Ya a los 23 años deslumbró con su genio
al esculpir nada menos que La Pietá que se exhibe en el Vaticano.
Poco
después nos regaló una obra cumbre de las artes: El David, al que le trabajó
dos años y medio.
En 1508 inició sus frescos en la bóveda
de la Capilla Sixtina, obra a la que dedicó cuatro largos años.
Entre
1536 y 1541 pintó el Juicio Final. Lo más arduo para este genio fue asumir
sereno su homosexualidad y tolerar las críticas de los envidiosos.
Si miras de nuevo el tiempo que gastó
en sus obras, verás que solo se triunfa con 3D: Deseo, dedicación y disciplina.
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