Una de las lecciones más exigentes para los padres de familia es tratar
a sus hijos como seres autónomos.
Cuesta mucho porque casi siempre se llama amor a la
dependencia y a la posesividad.
Amar sin apegos no es fácil y lo corriente es
crear ataduras que aprisionan y son fuente de dolor.
Toda relación con asimientos es fuente de
sufrimiento en distintos momentos de la vida.
Por eso hay que soltar a los hijos y formarlos para que asuman su
propio destino con los riesgos que eso conlleva.
Pero a ciertos padres eso les suena raro y
tienden a sobreproteger y a hacerles daño a esos hijos que dicen amar.
De algún modo se sienten indispensables y solo tienen ojos para ver
peligros y riesgos por doquier.
Sofocan a sus hijos y, después, sufren cuando ellos se
recuestan, no
maduran o se alejan buscando libertad.
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