Amado Dios mío, no preciso palabras
para comunicarte contigo porque eres presencia y voz en el silencio.
Eres brisa y luz, fuerza y ternura, más
intimo que mi propio yo,
siempre ahí, siempre, siempre.
Aquietas mis angustias, enciendes brasas dormidas, cicatrizas mis heridas,
me liberas, me llenas de
paz.
Cada
día veo más claro que, por
una sabia decisión tuya, soy uno contigo y con todos los demás.
Entiendo
que en tu plan de amor
nada se malogra y todo, incluso lo que rotulo como malo, tiene un sentido.
Me animas a amar la vida con desmesura,
a servir sin barreras,
a amar de un modo incondicional.
Me
invitas a no devolver mal
por mal, ser compasivo, perdonar de corazón y aliviar a los desdichados.
Te amo
y te doy gracias por tantas bendiciones.
Sé que nunca me dejas, te adoro, te alabo y te
bendigo.
Gracias.
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