Señor Jesús, ¿dónde está el antídoto
contra el juicio?
Dime, Maestro, ¿cómo puedo
manejar correctamente mis pensamientos y mis palabras?
Escudriño
mi conciencia y la verdad es que hay días en los que me la paso juzgando desde que el sol
despunta hasta que se esconde.
El desafío amoroso es no juzgar y
comprender, no juzgar y compadecer, no juzgar y ponerme en el lugar de los
demás.
Pero la
tentación constante es pensar mal y hablar de los otros y no precisamente para
defenderlos y tratarlos con bondad.
Esa prisa que tengo para elaborar
juicios sobre la
conducta ajena dámela para silenciar mi mente y cerrar mis labios.
Sí,
Dios mío, tú eres mi
maestro en el hermoso arte de la compasión y el perdón; eres el espejo
de la misericordia.
Contigo elijo ser, no un fiscal sin entrañas, sino el abogado defensor de mis
hermanos. Sé que el único antídoto contra el juicio es el amor.
Un amor que no se apoya en apariencias
y piensa bien de los otros porque cada cual está en su propio proceso.
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