El
Discurso de Gettysburg es el más famoso discurso del presidente Abraham
Lincoln. Fue pronunciado en la Dedicatoria del Cementerio Nacional de los
Soldados en la ciudad de Gettysburg (Pensilvania) el 19 de noviembre de 1863,
cuatro meses y medio después de la Batalla de Gettysburg durante la Guerra
Civil Estadounidense. Aunque el cuidadosamente redactado discurso de
Lincoln era secundario a otros discursos del día, ha sido considerado con
posterioridad como uno de
los más grandes discursos en la historia de la humanidad, o, al menos, uno de
los más famosos y citados de la era moderna. Invocando los principios de
igualdad de los hombres consagrados en la Declaración de Independencia, Lincoln
redefinió la Guerra Civil como un nuevo nacimiento de la libertad para los Estados Unidos y sus
ciudadanos.
Las
pocas palabras selectas de Lincoln resonaron a través de la nación y a través
de la historia, desafiando la propia predicción de Lincoln de que «el mundo
notará poco, ni mucho tiempo recordará lo que decimos aquí». Mientras
que hay poca documentación de los otros discursos de ese día, las palabras de
Lincoln, que citamos a continuación en una traducción al castellano son
consideradas como uno de los grandes discursos en la historia. Su influencia ha sido tan
grande, no sólo en los Estados Unidos, que la fórmula del "gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo" para definir la democracia
ha sido adoptada incluso en el artículo 2.º de la Constitución de la Quinta
República Francesa.
DISCURSO
«Hace
ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente
una nueva nación; concebida en libertad y consagrada al principio de que todos
los hombres son creados iguales.
Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone
a prueba si esa nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo.
Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa
guerra. Hemos venido a dedicar una porción de ese campo como lugar de descanso
final de los que aquí dieron sus vidas para que esa nación pudiera vivir. Es
absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero
en un sentido más amplio, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos
santificar este suelo. Los hombres valientes, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han
consagrado muy por encima de lo que nuestras pobres facultades puedan añadir o
restar. El mundo apenas advertirá, y no recordará por mucho tiempo lo
que aquí digamos; pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Nos
corresponde antes bien a nosotros, los vivos, consagrarnos a la inconclusa
empresa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien nosotros los que
debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún nos queda por delante: que de
estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa
por la que ellos dieron la última medida colmada de celo.
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