Ha
llegado el momento de un cambio en la gerencia, un cambio sísmico, una nueva
forma de pensamiento acerca de cuáles son los objetivos de una organización y
el modo de alcanzarlos.
Las
jerarquías tradicionales (caracterizadas por controles férreos, toma
centralizada de decisiones y descripciones exactas de los empleos) no deberían
ser la orientación clave en la próxima era de los negocios, pues a
menudo alienan a los empleados y promueven una mentalidad de trabajo
individualista. Con ellas, también va en picada una de sus herramientas claves:
la descripción de empleos,
que a pesar de su uso extendido es más disfuncional que útil, pues establece
límites y proporciona una excusa conveniente para no hacer.
No solo son costosas de desarrollar y actualizar, sino que
constriñen el cambio y la flexibilidad. La mejor alternativa es abandonarlas y
crear un lugar de trabajo igualitario con responsabilidades compartidas.
Este es el enfoque de empresas que han sido exitosas durante
décadas, y es el enfoque de cada vez más organizaciones globales, como Google,
Netflix, Nike y W.L. Gore. Claro que siempre existe la necesidad de un
liderazgo, debe haber gente visionaria que pueda influenciar a los otros, y
gente que pueda ejecutar.
Los
cambios a los que nos referimos tienen que ver con gerenciar y dirigir. Los
enfoques gerenciales actuales deben resaltar la agilidad, enfatizar la
adaptabilidad y enfocarse en el capital humano como fuente de ventaja
competitiva. Esto asegura una efectividad sostenible ahora y en el futuro.
Pero hay una razón para la existencia de jerarquías. Un lugar de trabajo sin jefes,
donde todos contribuyen igualitariamente, suena bien, utópico, con ecos de un
paraíso socialista para los obreros. Pero no creo que funcione a larga escala y
sea la onda del futuro. La jerarquía está engranada a nuestro ADN. Los
padres son los jefes originales, dotados de poder y sabiduría, y desde niños
aprendemos a respetar a los viejos, a los líderes de la comunidad, a los maestros
y a la gente en posiciones de autoridad. Las relaciones jerárquicas son tan naturales como la
respiración.
En las
organizaciones (cuyo propósito es movilizar diversos talentos y habilidades
para producir bienes y servicios) la jerarquía es una necesidad práctica.
Alguien tiene que dividir las tareas, parearlas con la gente apropiada e
integrarlas para los consumidores. Este es el rol del supervisor, gerente, o
jefe de equipo, y sin él habría desorganización. No significa que los
jefes necesiten ser héroes o déspotas; pueden tomar decisiones a través del
compromiso y la consulta. Una “organización sin fronteras” puede facilitar el
trabajo en red, no significa que los empleados vaguen salvajemente sin
dirección, sino que la gente pueda compartir información, recursos e ideas para
hacer a la empresa más exitosa. Esto requiere de líderes con autoridad para romper los amarres entre
grupos e individuos con diferentes visiones de lo que se debe hacer. Y
no hay una mejor forma de hacerlo que a través de alguna versión de una
jerarquía tradicional.
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