Los
hijos se van; hay que aceptarlos con esa condición, hay que criarlos con esa
idea, hay que asumir esa realidad.
No es que se van; es que la vida se los lleva. Ya no eres
su centro. Ya no eres la autoridad.
No
diriges, aceptas.
No
mandas, acompañas.
No
proyectas, respetas.
Ya
necesitan otro amor, otro nido y otras perspectivas.
Ya les crecieron alas y quieren volar.
Ya les crecieron las raíces y maduraron por dentro.
Ya no les caben las raíces en tu maceta, ni les basta tu
abono para nutrirse, ni tu agua para saciarse, ni tu protección para vivir.
Quieren crecer en otra dimensión, desarrollar su
personalidad, enfrentar el viento de la vida, a la sombra del amor y al
rendimiento de sus facultades.
Tienen un camino y quieren explorarlo, lo importante es
que sepan desandarlo, tienen alas y quieren abrirlas.
*Tú
quedas adentro.* En el cimiento de su edificio, en la raíz de su árbol, en la
corteza de su estructura, en lo profundo de su corazón.
*Tú quedas atrás.* En la estela luminosa, que deja el
barco al partir.
*En
el beso que le mandas.*
*En
el pañuelo que los despide.*
*En
la oración que los sigue.*
*¡En
la lágrima que los acompaña!*
*Tú quedas siempre en su interior, aunque cambies de
lugar.*
*Haz
la vida de tus hijos tan feliz como puedas, y como se pueda, que cuando
partan*, piensen en regresar, aunque solo sea para tomar tu mano y estar junto
a ti.
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