Ser
agradecidos hace que la vida crezca como un pan, que se reparta y nos nutra.
Gracias
a los que quiero, a los que me enseñan, a los que admiro, a los que leo,
a los justos y pacíficos.
Gracias
a los acogedores, a los generosos, a los que perdonan, a los que ni
siquiera se acuerdan cómo fueron de buenos con nosotros.
Gracias
a los que se fueron, a los que pueblan nuestras habitaciones interiores.
Gracias a los que no les hemos dado las gracias.
Agradecer agrada.
Gracias
por las dificultades, las contrariedades y los dolores, porque nos hacen
ser lo que somos.
Gracias sea la palabra que dejamos al partir y que lo
demás se vuelva estela, espuma en el agua.
Costumbres originales, autóctonas, casi no conozco. Qué
importa de dónde vengan las costumbres, los rituales si nos regalan afectos,
motivos para vivir, si le
dan sentido a lo ordinario.
Qué mejor que una fiesta secular, no épica (que no cante
la guerra, las victorias) y que sea doméstica, que invite a la mesa familiar. Toda una metáfora
para esta sociedad.
Que
cada encuentro y cada despedida tengan acciones de gracias.
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