El agua
embotellada se ha convertido en algo indispensable en nuestras vidas y cultura.
Va a todas las reuniones, salas de lectura y partidos de fútbol; está en los
cubículos; en los gimnasios; y está en todas las camionetas de Estados Unidos.
Aparte de los cada vez más ignorados recipientes llenos de hielo y vasos
limpios, los hoteles están ofreciendo agua mineral en venta.
Y en el
mercado de productos orgánicos y exóticos de alta categoría, el agua
embotellada es el producto más vendido.
Hace
treinta años, el agua embotellada casi no existía como negocio en Estados
Unidos. Pero, el año pasado, gastamos más en botellas de agua que en
iPods y boletos de cine (US$ 15 mil millones). Este año esta cifra superará los
US$ 16 mil millones.
El agua
embotellada es un fenómeno económico en nuestros tiempos. Nosotros, una
generación que creció con agua del grifo, estamos criando una generación que ve
esta agua con desdén. Estamos
pagando mucho dinero (dos o tres o cuatro veces más que la gasolina) por un
producto que ya tenemos, y que podemos tener gratuitamente en nuestros hogares.
Cuando compramos agua embotellada, lo que realmente estamos
comprando es la botella, la conveniencia de consumirla, de dónde viene, lo
saludable que es, etc. El mensaje es claro que beber agua embotellada es lo
mejor que podemos hacer. Excepto por una cosa. El agua embotellada es un
capricho muy a pesar de lo que pensamos. Movemos mil millones de botellas de
agua a la semana en barcos, trenes y camiones sólo en Estados Unidos. Esto es
un convoy semanal equivalente a 37.800 camiones de 18 ruedas.
Mientras tanto, una de cada seis
personas en el mundo carece de agua fresca. La
economía global le está negando un elemento fundamental a mil millones de
personas, mientras nos suministra a nosotros una gran “variedad” de
aguas de todo el mundo, ninguna de las cuales necesitamos realmente. Además,
esta situación se complica por el hecho de que si dejáramos de comprar agua mineral, de todas formas esta no le
llegaría a la gente que realmente la necesita.
Bebemos agua embotellada porque
creemos que es saludable. Pero no hay estudios científicos que demuestren que
beber agua mineral rutinariamente mejore nuestra salud.
NOTA:
ESTE ARTICULO MUESTRA QUE YA SE COMIENZA A TOMAR CONCIENCIA DE LA
NECESIDAD DE CAMBIO Y DE VER EL PLANETA COMO EL VEHICULO EN QUE CABEMOS TODOS
EN CONDICIONES DIGNAS
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