Vosotros, altos bosques, me amedrentáis como catedrales;
aulláis igual que el órgano; y en
nuestros corazones malditos,
cámaras de duelo eterno
donde resuenan antiguos estertores,
se repiten los ecos de
vuestros De profundis.
¡Océano, te odio! Tus brincos y tumultos
los encuentra mi espíritu en sí; la risa amarga
del hombre derrotado, llena de sollozos y de insultos,
yo la escucho en la risa tremenda de la mar.
¡Cómo me gustarías, oh
noche, sin esas estrellas
cuya luz habla un lenguaje
consabido!
¡Pues yo busco el vacío, y
lo negro, y lo desnudo!
Pero las tinieblas son también ellas lienzos
donde viven, brotando de mis ojos a miles,
seres desaparecidos de miradas familiares.
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