Un
nuevo estudio sugiere que los ricos son menos bondadosos y más egoístas que los
pobres.
La última portada de la revista New York Magazine hace una
pregunta que no es fácil de contestar: “¿El dinero hace malvadas a las personas?”. Para
hallar una respuesta a este interrogante un grupo de investigadores de la
Universidad de California, en Berkeley, estudiaron la relación que existe entre
el estatus socioeconómico de una persona frente a su bondad, amabilidad y
empatía.
Uno de
los experimentos que hicieron consistió en observar a dos personas mientras
jugaban Monopolio. De antemano uno de los jugadores no tenía ninguna
posibilidad de ganar porque las
reglas habían sido modificadas a favor del otro.
Uno de los investigadores quien ya ha realizado estudios
similares, analizó desde afuera del cuarto el proceso del juego teniendo en
cuenta las expresiones y la
reacción que tenían los jugadores mientras uno se hacía más rico y el otro más
pobre.
Aunque al principio el ganador se sentía algo incómodo con
la injusticia y la situación desigualdad, a medida que iba acumulando dinero se sentía más poderoso
e ignoraba las emociones del perdedor. El método del ganador cada vez se hacía más frío y
evidenciaba que su único interés era acabar rápido con su oponente y conseguir
toda la riqueza.
Aunque la metodología de este experimento parece muy básica
y se pensará que un juego no refleja lo que las personas sienten en la vida
real, los investigadores aseguran
que en el juego se revelaron las mismas conductas que se observaron al analizar
los comportamientos en grupos sociales donde hay diferencias económicas.
Finalmente, llegaron a la conclusión de que la acumulación de riqueza sí cambia a
las personas, y para mal: “el dinero fomenta el interés personal y la falta de escrúpulos.
La posesión de bienes materiales es lo que provoca la aparición del egoísmo”.
A medida que las personas entran en el ciclo de producir
para conseguir más y más, van
perdiendo empatía y sienten menos compasión por lo que pueda pasarle a
los demás.
Los científicos confirmaron también que entre más
competencia haya mayor va a ser el nivel de ambición.
Al preguntarle a algunos estudiantes que hacían su master en
administración de empresas sobre cómo se sentirían si se compran un carro nuevo
y al poco tiempo uno de sus amigos hace lo mismo, la mayoría respondieron que les molestaría, que se sentirían
irritados porque ya no resaltarían con su propiedad.
De los diversos estudios realizados se concluyó también que entre más dinero se tenga, más
tendencia existe a no respetar las reglas, a hacer trampa y, en general, a
creer que la plata puede compensar la deshonestidad.
Los
ricos en general tienden a darle más prioridad a sus propios intereses.
Esto los hace más propensos a exhibir características negativas que
generalmente son asociadas con personas verdaderamente canallas.
Aunque los resultados y la metodología son controvertibles,
lo cierto es que hasta
ahora no hay ninguna evidencia que sugiera lo contrario. Tampoco hay
pruebas de que el dinero hace a las personas más honestas y generosas.
No es descabellado pensar que la acumulación de dinero
altera el comportamiento, pues el nivel socioeconómico determina las relaciones
personales y los beneficios en educación, salud y todo tipo de comodidades.
Por supuesto que competir y aprovechar las oportunidades del
mercado es parte del sistema capitalista.
Por eso hay quienes argumentan que no se sabe qué ocurre primero: si el dinero hace a
la persona más deshonesta y despiadada o si estas características son
necesarias para que las personas asciendan en la escala social y económica y
ganen más dinero.
Lo cierto es que no hay droga
más adictiva que el dinero y esa búsqueda interminable de riqueza,
ese deseo de acumulación que nunca se satisface, ha dado lugar a las desigualdades de hoy en día.
NO ESTÁ DEMÁS CUESTIONAR LOS EFECTOS QUE EL DINERO GENERA SOBRE LA
MORALIDAD DE LAS PERSONAS.