Esta
carta, escrita por el
inmigrante vietnamita que trabajó en Fukushima como policía, a un amigo en Vietnam, fue
publicado en New America Media. Es un testimonio de la fuerza del espíritu japonés, y un corte
interesante de la vida cerca del epicentro de la crisis en la central nuclear de Fukushima en Japón.
Hermano,
¿Cómo estás tú y tu familia? Estos últimos días, todo era un
caos. Cuando cierro
mis ojos, veo los cadáveres. Cuando abro los ojos, también veo los cadáveres. Cada uno de
nosotros debe trabajar 20
horas al día, sin embargo, me gustaría que hubiera días de 48 horas, para que podamos
seguir ayudando y rescatar gente. Me he hecho fuerte viviendo el nacionalismo japonés. Estamos sin agua ni
electricidad, las raciones de alimentos se encuentran cerca de cero.
Apenas se consigue trasladar a los refugiados antes de que haya nuevas órdenes
para trasladarles a otro lugar.
Actualmente estoy en Fukushima, a unos 25 kilómetros de la
planta de energía nuclear. Tengo tanto para decirte que si pudiera escribirlo todo, seguramente se
convertiría en una novela acerca de las relaciones y comportamientos humanos en
tiempos de crisis. Aquí la gente mantiene la calma - su sentido de la dignidad y el comportamiento adecuado son muy
buenas - así que las cosas no son tan malas como podrían serlo. El gobierno está tratando de proveer
suministros por vía aérea, con alimentos y medicinas, pero es como dejar caer un poco de sal en el
océano. Pero por más atrasos nunca pierden la disciplina ni la dignidad.
Hermano, hubo un incidente realmente
conmovedor. Se trata de un niño japonés que enseñó a un adulto como yo, una
lección sobre cómo comportarse como un ser humano. Ayer por la noche, me enviaron a una escuela de
gramática para ayudar a una organización de caridad a distribuir alimentos a
los refugiados. Era una larga fila que serpenteaba un lado a otro y vi. a un
niño de alrededor de 9 años de edad. Llevaba una camiseta y un par de
pantalones cortos. Estaba haciendo mucho frío y el niño estaba en el final de la cola. Me preocupaba que
en el momento que le llegue el turno, no hubiera ningún alimento. Así que hablé
con él. Dijo que estaba en la escuela cuando ocurrió el terremoto. Su padre
trabajaba cerca y se dirigía a la escuela. El estaba en el balcón del tercer piso
cuando vio el coche de su padre barrido por el tsunami.
Le
pregunté acerca de su madre. Dijo que su casa está junto a la playa, que su
madre y su hermana pequeña, probablemente no se salvaran. Volvió la cabeza, se
secó las lágrimas cuando le pregunté acerca de sus familiares. Estaba temblando
por lo que me quité la chaqueta de policía y se la puse a él. Ahí fue cuando mi
bolsa de ración de alimentos se cayó. La recogí y se la di a él. "Cuando
llegue tu turno, podrías quedarte sin alimentos. Así que aquí está mi parte. Yo
ya comí. ¿Por qué no te lo comes?" El muchacho tomó mi comida, se inclinó.
Pensé que se lo comería de inmediato, pero no lo hizo. Tomó la bolsa, se acercó
al principio de la cola y la puso con toda la comida que estaba esperando para
ser distribuida.
Me sorprendió. Le pregunté por qué no
se lo comía, en vez de añadirla a la pila de los alimentos. Él respondió: "Porque veo a gente con
mucho más hambre que yo, si lo pongo allí, se van a distribuir los alimentos
por igual.” Cuando escuché eso me di vuelta para que la gente no me
viera llorar. Una sociedad que puede educar a un niño de 9 años de edad, que entiende el concepto de
sacrificio por el bien común de la nación, es una gran sociedad, un gran pueblo,
100% nacionalista y de profundos sentimientos espirituales.
Bueno, en estas pocas líneas envío a
ti y la familia mis mejores deseos. La hora de mi turno ha llegado nuevamente.
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