En Nepal hindúes y budistas
veneran a una niña diosa viviente desde hace 500 años que es elegida a los dos
o tres años.
Hace días Trisnha Shakya fue llevada entre una nube de fotógrafos y en
brazos de su padre al palacio Kumari Ghar de Katmandú.
Allí pasará los próximos
nueve años recluida con 13 salidas al exterior en festividades religiosas y sus padres la pueden ver cada
día.
La nueva diosa fue
seleccionada entre muchas otras niñas debido a que su carta astrológica era la más
adecuada.
Hay tres niñas kumari (palabra que
significa soltera), en Katmandú, Lalitpur y Bhsktaptr; deben pertenecer a la comunidad indígena de Newar.
Se cree allá que son la reencarnación de la diosa Kali y reciben educación en el
complejo sagrado en el que están recluidas.
Esta tradición estuvo ligada
a la ya extinta monarquía nepalí y la niña Kumari deja de ser diosa cuando se
supone que menstrua a los 12 años
Toda creencia es respetable, pero hablar de “niñas diosas” es como si estuviéramos aún en siglos
pretéritos. De hecho para muchos así es ya que no todos vivimos en el
siglo XXI.
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