Hagamos
una nueva generación de mujeres que viva libre de hipersexualizar su imagen, o
de mejorarla a costa de lo que sea, criemos mujeres libres, felices, seguras,
que se amen ellas y amen a otras… en una hermandad de mujeres bellas por dentro
y por fuera sin patrones ni fórmulas.
Vivimos una época en la que se nos ha formado una
consciencia exagerada de nuestra imagen (muy distinta a lo que realmente es la
consciencia corporal), hombres y mujeres sin excepción vivimos pendientes de
cómo nos vemos, de nuestra apariencia y sobre todo, de cómo la perciben los
demás. Más allá de
auto-cuidarnos en amor y devoción por nuestros cuerpos, los adornamos y los
modificamos para agradar a los demás y no para estar saludables y contentas en
nuestra piel.
Ya
sabemos que “niño ve, niño hace”…, en este caso me voy a referir a
nuestras hijas, así que “Niña ve, niña hace” y eso significa que debemos estar
bien conscientes de nuestro actuar y decir cuando nuestras hijas, y toda niña que
nos pueda observar-admirar.
Amar nuestro cuerpo debería ser una regla de práctica
espiritual, cuidarlo, apapacharlo para conservarlo sano, funcional, bello,
estar conscientes de nuestra corporalidad como lo que nos permite ser funcionales y lograr muchas
actividades en el día a día, no adorarlo en términos solo de textura, peso o
talla, sino al nivel en que nuestros pensamientos, emociones y sentimientos
afectan nuestra salud y rescatan o deterioran la imagen que tenemos de nosotras
mismos.
Otro obstáculo para ese amor y consciencia corporal ha
sido la “vergüenza” que culturalmente ha sido impresa al cuerpo femenino, junto
con su belleza, todavía en nuestros días, hay muchos tabúes sobre su textura,
la cantidad de vello corporal, el período menstrual, los fluidos corporales,
las hormonas y su funcionamiento, sus olores… nada va tan profundo sobre la
corporalidad masculina, en cambio; sobre la mujer recaen tantos perjuicios, por
demás absurdos.
Claro
que habrá detalles pequeños o mayores de nuestro cuerpo que quisiéramos
mejorar, pero eso no nos lleva al amor propio, no nos hace ser felices en
nuestra piel, en nuestra talla, en nuestro peso, en nuestras formas; un
ejercicio profundo para cambiar nuestras percepciones consiste en preguntarnos
tiernamente cualquiera de los siguientes cuestionamientos y responder desde el
equilibrio cuerpo-mente, tratando de responder desde el amor y la empatía hacia
nosotras mismas:
¿Qué
parte de tu cuerpo no te gusta, odias, criticas o rechazas?
¿Cómo es que aprendiste a sentirte así o a creer esas
cosas respecto a tu cuerpo?
¿De
qué maneras maltratas, ignoras o dañas tu cuerpo?
¿Si pudieras cambiar o camouflagear la parted tu cuerpo
que te parece horrible e inaceptable, de qué manera lo harías y cómo crees que
te sentirías al hacerlo?
¿Cómo consientes, cuidas y rejuveneces tu cuerpo?
¿Cómo
evalúas o interpretas la apariencia de otros?
¿Te gustraía que tu hija (o cualquier mujer mas joven) se
sintiera respecto a su cuerpo?, ¿Cómo te gustaría que ella tratara a su cuerpo?
¿Qué
pasos te gustaría seguir para tener una relación mas sana y hermosa con tu
propio cuerpo?
¿Te das cuenta de cómo los cambios que implementes en tí
respecto a cómo te percibes abrirá o cerrará las posibilidades de que tu hija o
tras mujeres a tu alrededor amen y honren sus cuerpos?
Este
ejercicio puede hacerse varias veces, luego de cada vez, trata de incorporar
algunos cambios que te ayuden a estar en mejor relación y sintonía con tu
corporalidad.
Luego vuelve a hacerlo y ve cada vez mas profundo, integra
mas cambios y luego repite, registra lo que ha cambiado en tu cabeza respecto
de tu imagen, de cómo te sientes en tu cuerpo y respecto a tu cuerpo…, luego intenta que tu hija, o
algunas mujeres en las que tu ejerces influencia hagan lo mismo. Vamos
haciendo una tribu femenina orgullosa de su ser mujer, libre de vergüenza,
libre de cargas mentales, vamos expulsando de nosotras la crítica y la dureza
de opinión sobre nuestros propios cuerpos y los de nuestras hermanas…, eso nos
ha debilitado por generaciones.
Nos
toca ya recuperar nuestro poder de diosas, amar nuestro cuerpo y todas sus
funciones, cuidarlo en devoción, desde el amor, admirarlo y agradecer todas sus
capacidades, amar nuestra piel y disfrutarla, llevarla con orgullo, con
felicidad.
¡Enseñemos
a nuestras hijas a amar sus cuerpos!
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