Cuando el miedo te
visite, cálmate, haz actos de fe y sal animoso de las redes del desespero.
Cree que Dios te cuida y repite con
profunda convicción: Señor, nada
temo porque tú estás conmigo.
La fe es la fuerza de tu
vida,
la fe es tu faro y tu escudo. Por eso necesitas cuidarla sin cesar.
Lo haces con la oración, la presencia de Dios, con personas que
te energizan y lecturas que te inspiran.
Si estás en el pantano repite una y otra vez: Puedo, confío, espero lo mejor,
todo va a estar bien.
Dale tiempo al tiempo, sé paciente,
toca muchas puertas, apela a todos tus dones y no te rindas.
Ten la fe de esa mujer que se dijo: “Basta que toque el manto de
Jesús y quedaré sana”. Lo creyó y lo vivió.
Ten la fe del centurión romano que afirmó: “No hace falta que entres en mi
casa, basta que lo digas de palabra y mi criado se sanará”.
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