Hace mucho tiempo, vendían en las tiendas unas
cartas muy bonitas. Eran de papel de lino y filo dorado, ya venían redactadas,
como para enamorar a las muchachas. Algunas empezaban así: "Desde el feliz
momento...". Además, traían grabadas dos palomitas con los piquitos unidos.
Una vez que
tenían preparada su carta, los jóvenes acostumbraban hacerle señas a la
muchacha que querían enamorar. Y al pasar junto a su enamorada, le daban la
cartita, o se la dejaban por ahí, escondida.
Si la muchacha correspondía, luego venía la serenata
en la noche, y hasta ahí. Porque, ¡qué esperanza que la joven se asomara a la
ventana!
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